" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

jueves, 29 de abril de 2010

Estamos destinados a amarnos

Un chico se acercó a una chica la cual no le quitó ojo durante un buen rato. Disfrutaban de las Cruces de Mayo de Córdoba. El chico era muy tímido, por lo que le costaba tan solo el hecho de preguntarle su nombre. Él pensó que solo era un capricho, un flechazo, y no debía comenzar una conversación con un pretexto barato. Así que el chico se retiró y volvió con sus amigos. Pero apenas se había dio la vuelta, escuchó los gritos de auxilio de la chica. Le acababan de robar la cartera cuando se disponía a pagar en la barra. El chico salió corriendo detrás del ladrón. Lo persiguió por varias calles hasta que, previo forcejeo, lo redujo; le estampó la cara contra la acera.

La chica recuperó la cartera y, agradecida, con una sonrisa pícara, se prendó del chaval. Fue una buena excusa para entablar la ansiada conversación. Al principio, lo típico: cómo te llamas, dónde vives, etc. Y tras unas copas abandonaron la cruz para retirarse en el primer lugar íntimo que encontraran o idearan. Él la acompañó hasta casa para que no regresara sola a esas horas de la madrugada. En la despedida fijaron un día para volver a verse.

El tiempo se encargó de construir una relación de amistad. Dicen que el roce hace el cariño y, con este, cariño llega el amor. Y a ellos, el flechazo de Cupido los ensartó, pero bien. Comenzaron con el tonteo: besos esporádicos, hasta que formalizaron la relación. La fiesta en el pub y las copas influyeron. A los dos se les veía plenamente enamorados e ilusionados por un futuro unidos para siempre. No faltaron sus caprichos. Tocaron el cielo con las manos.

Pasaron los meses y todo se mantenía igual de perfecto; alguna discusión de vez en cuando por las tonterías de siempre, pero enseguida terminaban con un beso de reconciliación y todo quedaba olvidado. Él era muy detallista y ella valoraba cada minucia. Le respondía con mucha dulzura y todo el amor que podía darle. Sabían complacerse.

Una llamada de teléfono a este chico le cambiaría su destino y lo alejaría del lado de su novia. Le ofrecieron un puesto de trabajo en Barcelona como director gerente de la sede en aquella ciudad de una conocida multinacional de telefonía. Era una decisión muy difícil. Si aceptaba el contrato en Barcelona, dejaría toda su vida que tenía en Córdoba y sobre todo dejaría allí lo que más amaba en el mundo que era su novia. Pero si lo rechazaba, perdería la oportunidad laboral que siempre ambicionó. Decidió pedirle consejo a su novia, pero ella se puso en lo peor, que no soportaría la relación a distancia y discutieron. Ella daba por tomada. Por un momento lo llegó a tomar como una ruptura. Le suplicó a lágrima viva que no se fuese, que no podía vivir alejada de él. Pero él, muy alterado, pegó un portazo al salir. Aún en la puerta, recapacitó, reconoció que se dejó llevar por la ira y llamó al timbre. Apenas abrió la chica, él solo le pidió una cosa: que lo esperara. Le prometió que volvería cuando reuniese suficiente dinero para empezar una nueva vida juntos. Ella juró que nunca dejaría de amarlo y que podía ir tranquilo; que le guardaría todo su corazón hasta el final de sus días.

Chateaban por el Messenger, de vez en cuando alguna vídeo y hablaban por teléfono. Él le contaba que era más feliz gracias a lo bien que le estaba yendo en la empresa y al pensar que ella le seguía guardando todo su corazón; que, a pesar de la distancia, lo seguía amando igual que ese flechazo la tarde de Cruces… Hasta que notó cómo la confianza con su novia se apagaba, agonizaba poco a poco. Él, muy rayado, le preguntaba a ella, pero no obtenía ninguna respuesta. Escurría el bulto. Cambiaba a otro tema superfluos como: «¿Qué tal el tiempo por allí? ¿Qué tal te va?». Daba la sensación de que pronto era como si se acabasen de conocer. Hasta que un día él puso el ultimátum de no hablarle más hasta que ella no le dijese qué pasaba, por qué ese comportamiento como si cuando empezaban a coger confianza. Pero solo obtuvo un silencio como respuesta. Él se distanció. Se centró en los progresos en su empresa y la consideró una persona tóxica.

Los días pasaban y el silencio de... ya no sabía si decir su novia o que era ella en su vida. No podía quitársela de la cabeza. Se le ocurrió dejarlo todo en Barcelona para regresar a Córdoba y volver con ella. Dejó de pensar y pasó a la acción. Ya abajo, cargando con la maleta, se detuvo ante su buzón y allí encontró una carta. Era suya. Subió a su apartamento y la leyó. Le decía:

 

Ola:

He estado noches enteras sin dormir pensando en cómo decirte esto. Me es algo muy difícil para mí y un tanto doloroso.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos y más tiempo desde la última vez que nos vimos. Se me ha hecho muy dura esta espera. Lo siento cariño, espero que puedas perdonarme por esto que te voy a decir.

Ahora hay otra persona que ocupa mi corazón. Siento haber incumplido mi promesa, pero al no tenerte a mi lado se fue apagando lo que sentía por ti.

Siempre me tendrás aquí y siempre podrás contar con una amiga para todo lo que necesites.

 

Tkm.

 

El mundo se le vino encima después de leer aquello. Él ya no era el mismo. Su personalidad se deformó en segundos.

Al día siguiente volvió a sonar el despertador a las 7:00 de la mañana. Pero aquel día ya era distinto. Solo por mera obligación, ya sin entusiasmo, se fue a trabajar. La zozobra tuvo su reflejo en la empresa. El director gerente pasó de esforzarse e ilusionarse por sus progresos. No pensaba en nada relacionado con trabajadores y telefonía; solo en ese mensaje. Se arrepentía por la tontería que cometió al dejar de mantener el contacto con ella. Aún no se acostumbraba a verla como una amiga. Para él, en su mente, aún era su novia.

No podía ver nada a su alrededor, solo momentos ahora agridulces: la vez que se conocieron, aquella tarde en parque de atracciones, el beso subidos en la noria... y pensaba que ya nunca más volvería a disfrutar de aquello. Se repetía una y otra vez por qué el destino lo desgració con tal mala suerte. Por qué cuando todo iba mejor se fue al traste. Por qué quedaron atrás tantas ilusiones y esperanzas de futuro.

 

Decidió renunciar a su cargo en la empresa y buscarse otro trabajo que le exigiera menos responsabilidad. Lo que comenzó con afán, ahora le pesaba. Sabía que, de seguir como director, por su incompetencia la empresa terminaría en la quiebra; y por su desamor irían a la calle muchos trabajadores inocentes. Probó trabajar como repartidor. Mientras conducía el camión, la imaginaba paseando de la mano con su actual novio y besándose. Se sentía impotente al querer olvidarla y que aquello le superara.

Un día le tocó llevar un paquete a Córdoba. La casualidad y el destino quiso que regresase a su ciudad natal. Pero realizar ese viaje le suponía la prueba más difícil y dolorosa de su vida. Si se negaba el despido estaría servido y no iba a comer del aire. No le quedó más remedio que tirar de carretera y manta y apechugar, a riesgo de encontrársela o que Córdoba le hiciera revivir ese pasado con la chica. Pensaba que no tenía por qué encontrarse con ella y con su novio; velar al muerto cuando aún vivía. Entregaba el paquete y regresaba a Barcelona. Solo cumpliría con su deber y nada más.

Un nudo en la garganta y un sudor frío le acariciaba la frente conforme se aproximaba a Córdoba. Varias veces pensó en hacer una parada porque le afectó a tal punto que no se encontró en condiciones para conducir.

Llegó lo que se temía. Parado ante un semáforo, la vio a ella y a él cruzando el peatones. Lo que más temía sucedió. No pudo reaccionar. Quedó como una estatua: rígido e inerte. Los coches le pitaban porque hacía bastante que se puso en verde y otra vez los discos iban a cambiar de color. Algunos casi se bajan del coche, puños en ristre. El semáforo cambió un par de veces.

Cuando reaccionó, aparcó el camión en un terrizo y se sentó en un banco del parque cercano, procurando asimilar que la acababa de ver de la mano de otro hombre. Pasaron las horas y él seguía sentado en aquel banco. No tenía fuerzas ni para levantarse y mucho menos para caminar. Pasaron más horas, ya atardecía. En el móvil cientos de llamadas perdidas del jefe, seguramente estaría preguntando qué pasaba porque esa tardanza y el cliente llevaría un mosqueo de cojones.

Cuando recuperó un poco la lucidez, después de aquel shock emocional, la lucidez regresó muy poco a poco. Empezó a reflexionar y a recopilar todo aquello que había visto. Regresó al camión, pero antes dio de cara con ella. Él quedó inmóvil, serio y tan petrificado como antes; ella más o menos igual. Con un leve hilo de voz la chica dijo «hola». A él le costó más articular palabra, pero con esfuerzo y timidez respondió. Se quedaron un rato mirándose hasta que él dijo que debía de marcharse ya.

Regresó a Barcelona y conforme pasaban los días solo pensaba en qué hubiera pasado de haberle declarado lo que sentía. Le atormentó la duda de saber si el amor platónico era correspondido y el que tuviera novio no supusiera un impedimento.

Una mañana se decidió por hacer las maletas y enfrentarse al regreso a Córdoba. La quería, quería estar con ella por encima de todo y lucharía hasta conseguirlo. No podía seguir mucho tiempo más pensando en qué sentiría ella por él. Tenía que volver a verla y preguntárselo. Estaba dispuesto a darlo todo por salir de dudas y descubrir aquella verdad. Sabía cuál era la cafetería donde desayunaba todas las mañanas y allí esperaba encontrarla. En efecto, allí la encontró removiendo con una cucharilla su taza de café. Cuando la chica levantó la mirada, lo encontró al frente, callado, algo menos petrificado. Al principio una muy tímida seriedad que acabó en una sonrisa como señal de la alegría, timidez y aceptación por el propio reencuentro.

No cruzaron palabra. Ella se levantó y le dio un fuerte abrazo. Él le respondió con un beso. Él se odió por aquel impulso, a sabiendas que ella estaba con otra persona. Ella también se odió a sí misma porque aceptó la realidad: quería a su chico de siempre, el que se marchó a Barcelona y regresó para buscarla; que solo sentía amistad disfrazada de amor confuso por el otro muchacho, que solo estaba con esa persona para intentar, de alguna forma, olvidar lo que sentía por su chico… por su amor verdadero. Pero ya no era necesario olvidarlo. Un nuevo camino que, los novios recorrerían cogidos de la mano, se descubría ante la pareja de los eternos enamorados.







miércoles, 28 de abril de 2010

Es fácil cambiar tu vida


La historia que quiero contaros hoy va dedicada a esas personas aburridas de la rutina, que necesitan nuevas emociones que estimulen y exciten su vida; a esas personas que piensan que su vida es un desastre.

Para reconstruir primero debemos destruir lo que ya existe, es algo obvio. Sin embargo, a menudo, cuando necesitamos construir algo nuevo o reconstruir una parte de nuestra vida, nos agobiamos tanto que obviamos esta obviedad (valga la redundancia).

La historia trata sobre un chaval de unos 20 años. Recién terminados sus estudios de administrativo, al poco tiempo encontró trabajo en una oficina. Pero pronto se hartaría. La sobrecarga laboral, las excesivas horas de trabajo y el estrés laboral, hacían que la vida del joven se volviese cada vez más insoportable y difícil de sobrellevar el día a día. Llegó al punto de no importarle el sueldo o la suerte de pertenecer a una empresa y no a las listas del paro. Ya le daba igual, solo quería volver a disfrutar de su vida. Para qué tanto dinero si no tenía tiempo para gastárselo ni disfrutar su propio sueldo.

Una mañana más sonó el despertador a las 7:00. Pero esa noche tuvo un sueño, un punto de inflexión. En vez de coger su maletín con la documentación de la empresa, fue a por la maleta de viaje y en ella echó tanta ropa como cupo. Al salir de casa cerró la puerta con llave y en ella colocó un cartel en el que rezaba: "Abandonada". Arrancó su coche y no puso rumbo hacia la oficina si no que lo hizo en dirección contraria. Sin rumbo determinado abandonó la ciudad. Solo pensaba ir donde la intuición le llevase. Estuvo varias horas conduciendo, buscando ese lugar donde su vida fuera de otra manera, donde el sueño de esa noche se hiciera realidad. Pero los vastos campos de trigo y los cultivos de viñedos y olivares no le decían nada. Él buscaba algo más. Una recta, monótona, contribuyó al cansancio. A lo lejos, sobre el horizonte, una sierra le llamó la atención y decidió poner rumbo hacia aquel lugar.

Al cabo del rato ya se encontraba serpenteando para subir aquellas montañas. Una vida rodeado solo de la más plena naturaleza era lo que él buscaba. Pasado el puerto de montaña, se descubrió en la otra vertiente un valle de ensueño rodeado de montañas cubiertas de frondosos bosques y, en el centro, prados verdes abrazaban un precioso pueblo de casas blancas. En uno de los límites del pueblo un pequeño río bajaba desde su nacimiento en las montañas. No lo pensó dos veces. Expectante, descendió la montaña. Estaba a unos minutos de comenzar la vida que siempre soñó tener.

Dejó el coche aparcado en las afueras de aquel pueblo, a pie se dispuso a darse un paseo por sus blancas calles. los habitantes de aquella pequeña localidad lo miraban extrañado al no haberlo visto nunca por allí. Llegó a una plaza donde parecía que se celebraba alguna festividad. Él se quedó apartado de las personas que disfrutaban del ambiente de aquella fiesta, hasta que varios jóvenes fueron en su busca y les invitó a que se uniese a la fiesta.

Ya han pasado 5 años desde que aquel joven empezase su nueva vida en ese pueblecito de cuento de hadas. En la fiesta se hizo muy amigo de esos jóvenes y pronto se integró en el grupo. De aquel grupo tomó más confianza con una chica de su edad. El tiempo fue pasando, ellos se enamoraron, se compraron su casita en el pueblo y se pusieron a trabajar. Él en una tienda de ultramarinos y ella era la bendecida médica que al fin pudo ejercer en el consultorio.

Podréis decir que no tenéis la oportunidad de hacer las maletas, buscar otra vida en otro lugar, y afirmaréis, os convenceréis, sobre vuestra vida inmutable. No es necesario cambiar de lugar ni de costumbres para cambiar tu vida; solo debes ver lo bueno y lo malo que tienes en ella. quítate lo malo de encima y tómatelo con optimismo y no te prives cuando se te presente la ocasión. Atrapa cada momento y no pierdas el tren de la vida que, a veces, solo una vez. Solo con cambiar tu ánimo, tu forma de ser o simplemente con solo cambiar la forma de ver y tomarte las cosas, ya estás cambiando tu vida.

Esta historia está inspirada en una de las mejores que he escuchado se llama "El momento vivido" escrita por "Teo Rodríguez". Escuchar este relato hizo que me animara un día a cambiar mi vida.








jueves, 22 de abril de 2010

La pared en tu camino



Cuando vas tranquilamente caminando por el sendero de la felicidad y la armonía, cuando de repente esa paz y esa calma da de cara con el muro de piedra. Te encuentras de pronto en mitad de tu camino, sabes que debes superarlo; hay que seguir avanzando. Pero te agobias, no encuentras el modo de cómo superar esa pared y, mientras te ahogas en una charca la sugestión te vence; te quedarás para siempre atrapado. Pensarás que esa pared de te ha vencido; que una roca es más dura que tú y que, por lo tanto, es irrisorio tan solo pensar que puedes luchar contra ella.

Ves que una pequeña y minúscula hormiga te sobrepasa. Se encamina decidida hacia esa pared. Sin esfuerzo, trepa por las rocas con la misma facilidad con la das un paseo. Sube hasta lo más alto y desaparece de tu vista. Piensas: cómo una insignificante hormiga ha superado lo que, para ti, que eres mucho más grande, colosal obstáculo para ella. Algo que no te alcanza ni a la suela de tus zapatos, algo que hasta podías aplastar con solo pisotear, te ha dejado como alguien insignificante. Te ríes de ti mismo.

Entonces el orgullo te da un toque de atención y te diriges con decisión hacia esa pared. Lo intentas. Con mesura te agarras a los primeros salientes en la roca, pero caes. Te desanimas y aceptas la derrota.

Una segunda hormiga te desafía. El coraje te motiva y te anima. Parece imposible, pero lo intentas una y otra vez. Aunque siempre resbalas con la misma piedra y vuelves a caer. Declina el día y sientes que todo te abandona. Decides descansar, pero duermes ilusionado porque lo has intentado, no te has rendido y valoras tu esfuerzo. Duermes pensando que cuando amanezca un día más te enfrentarás a esta. Te empecinas que en algún momento pasarás al otro lado. Y esa mañana te levantas y lo primero que ves es la pared. Te vas para ella y peleas contra sus salientes, pero de nuevo fracasas. Una vocecilla en tu interior te dice que no vales nada, que eres un excremento para el mundo y que te rindas. Tienes dos opciones: caer para no levantarte nunca más y rendirte a ese demonio interior o dejarte la piel, la vida si hiciera falta, en levantarte una y otra y otra…

Al borde del desfallecimiento te das un ultimátum. Si fracasas, por enésima vez, te quedarás allí atrapado para siempre, a riesgo de hacerlo en el espeso bosque y para siempre perderás el sendero de la felicidad. Sigues peleando contra ese demonio. No te vas a rendir. Cada vez te concentras más que la anterior. Con delicadeza eliges muy bien cada piedra donde apoyar tus pies y tus manos. Ves que te vas superando porque estás subiendo, llegando a donde no lo conseguiste las otras veces. Se te escapa una sonrisa porque algo te dice que lo estás consiguiendo. Cada vez con más entusiasmo y más esperanzas de conseguir tu reto, le prestas más atención a qué piedras escoger para apoyarte. Las fuerzas te abandonan porque lo estás dando todo, pero la satisfacción te las renueva; te empuja. Miras hacia arriba. ¡Estás llegando a lo más alto!

Y cuando estás a punto de coronar, paras. Vuelve el negativismo y piensas cómo vas a ingeniártelas para bajar. Cuando llegas arriba ves que no existe tal bajada. Ante tus ojos aparece la continuación de ese camino de la felicidad. Al volverte, ves que ya quedó atrás el farragoso por el que has venido; esa subida por la que avanzaste hasta que diste con la pared. Es ahora cuando te das cuenta dónde están tus límites y hasta dónde eres capaz de llegar. Lo que no puedes ver es la pared porque está bajo ti, a tus pies, como esas hormigas que te desafiaron. Es necesario volver la mirada una última vez para no olvidar que has llegado a lo más alto porque te has dejado la piel; nadie te ha ayudado; sabías que nadie te iba a regalar nada. Ves los excrementos tirados en el suelo, esos que se rindieron a sus demonios, y te alegras de creer en lo que hacías, no en lo que te decían. Y ahora sí que das los primeros pasos al frente por el llano sendero de la felicidad.