" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 18 de febrero de 2024

El Cid y los príncipes Zaida y Fath al-Mamún: La Encantá vivió mucho más

 

Princesa Zaida dibujada por Contreras en 1838.

Se cree que Zaida fue hija del rey de las taifas de Lérida y Denia, Alháyib (más adelante veréis que era conocido como al-Mundir), nacida en al-Ándalus entre el 1063 y el 1071 (año en el que se estima la muerte del poeta Ibn Zaydún). Esta teoría que Menéndez Pidal refleja en La España del Cid es aceptada en contraparte a que Zaida era hija del mismísimo al-Mutámid, por tanto, hermana y posterior amante del príncipe Abu Nasr al-Fath al-Ma'mun. Aunque en la actualidad nos parezca aberrante, huelga recordar que el incesto era la norma. Si hemos de elegir entre ambos supuestos para nuestro relato, el del historiador y medievalista Menéndez Pidal gana en credulidad por estar basado en las crónicas de la princesa escritas por Ibn Idari.

Menos testimonios han llegado a nuestros días sobre el príncipe. Pronto se las vieron con las tropas del rey de León y Castilla, Alfonso VI el Bravo. Aquí hemos de pararnos para contar que hasta el 1065, Castilla era un condado con capital en Burgos que se extendía hasta el Cantábrico, ocupando buena parte de la actual Euskadi. Por herencia de Fernando I, rey de León y conde de Castilla, a Alfonso le correspondió dicho reino y a su hermano Sancho Castilla, quien convirtiera el condado en reino y, por tanto, Sancho II fue primer rey de Castilla. Hasta entonces, en el Condado de Castilla se encontraban las tierras repartidas entre las sierras de Burgos y el curso del río Arlanza, conocidas como el Alfoz de Lara, bajo el señorío de los primeros miembros de este linaje (ya hablaré en otra ocasión de mis antepasados). Aunque ahí tenemos la leyenda de los Siete Infantes de Lara que se remonta a los tiempos de Almanzor. Sancho II nombró alférez al infanzón Rodrigo Díaz de Vivar; quien se crio en la corte de Fernando I de León. Tras la llamada «Guerra de los Tres Sanchos», en la que se enfrentó a sus primos Sancho Garcés IV de Pamplona y Sancho Ramiro de Aragón, disputó durante siete años con sus hermanos los reinados de León y Galicia; este último contra su rey García II. A este le arrebató el trono y emprendió el exilió a la taifa de Sevilla. Y después fue a por Alfonso, con el Cid al frente de sus tropas. Salió victorioso en la batalla de Golpejera. Alfonso fue apresado en Burgos y Sancho se proclamó rey de León el 12 de enero del 1072. A pesar de la negativa del obispo y la nobleza, unificó en este reino tanto Galicia como Castilla. Su hermana, Urraca —además propietaria de la ciudad de Zamora—, ablandó el corazón de Sancho para que conmutara a Alfonso la cárcel por la reclusión en el monasterio de Sahagún. Alfonso huyó y encontró en la corte de al-Mamún, rey de la taifa de Toledo.

Mientras tanto, el rey Sancho impuso a su hermana Elvira, propietaria e infanta de Toro, y a Urraca el reconocimiento de la anexión de Castilla y Galicia al reino de León. Urraca se negó a la integración de Castilla y su hermano respondió con el cerco a su ciudad en marzo del 1072. El caudillo Arias Gonzalo defendió Zamora y a su señora. Del sur, al frente de Alfonso, llegó otra guarnición para hacer frente a Sancho. Siete meses y seis días duró el cerco; de ahí surgió la frase «Zamora no se ganó en una hora». La contienda terminó cuando un caballero llamado Vellido Dolfos, quien conspiró previamente contra él, asesinó al rey Sancho a los pies de la muralla. Derribaron una parte del lienzo y por el boquete entraron triunfales a la ciudad los vencedores, entre los que se encontraban Alfonso y el Cid. Aunque este último lo defendió en la Jura de Gadea, con motivo de las acusaciones del asesinato de su hermano. Fue ante el mismo Rodrigo Díaz de Vivar quien juró su inocencia el rey Alfonso. Ya pudo ser coronado Alfonso VI de León y Castilla y nombró caballero al Cid. Además, le entregó en dote a su sobrina, Jimena Díaz y, con la unión matrimonial, los bienes heredados por ella pasaban al Cid. Por cierto, Menéndez Pidal nos cuenta en La España del Cid que un hermano de Jimena estaba casado con Goto González, la hermana de Gonzalo Núñez de Lara; primer señor y miembro de la Casa de Lara.

El rey Alfonso fue temido por los reyes de taifas. Y bien que lo aprovechó. A cambio de que los musulmanes le pagaran las parias, el rey cristiano les aseguraba que no conquistaría las taifas.  

Alfonso VI llegó a sitiar Sevilla. Cuenta la leyenda que al-Mutámid apostó la victoria con una partida de ajedrez contra el rey. El sevillano la ganó y el rey Alfonso liberó la ciudad. Quedando reconocida la supremacía de las taifas de Sevilla y su rival, la de Granada bajo el reinado de Abd’Allah, el rey leonés acordó el pago de un doble tributo a cambio de la paz en la Marca. A partir de entonces surgió una amistad entre Alfonso VI y al-Mutámid; no así con el rey de Granada.

En el 1079 el rey Alfonso envió al Cid a pagar las parias a al-Mutámid y a García Ordóñez, un magnate, a rendir cuentas con el rey Abd’Allah. En ese momento Ibn Buluggin fue interceptado en el castillo de Cabra (Córdoba), pues lo envió el rey zirí de Granada para derrocar a al-Mutámid que pertenecía a la estirpe rival de los abadíes. Y pudiera ser que aquí el Cid luchara junto al príncipe al-Mamún. El Campeador y el rey de Sevilla enfilaron al frente de sus tropas hacia Cabra y, desde Granada, lo mismo hizo García Ordóñez al frente de los ziríes. El Cid Campeador cometió un error: ofendió a García Ordóñez al tirarle de las barbas. Al-Mutámid y el Cid vencieron y, tal fue el agradecimiento del rey de Sevilla, que no solo pagó las parias, sino que agasajó con regalos al rey Alfonso. Su homólogo leonés congratuló a su caudillo, hasta que García Ordóñez se cobró la venganza por tal afrenta. Consiguió enemistad al Cid con el rey a asegurar que en lugar de cobrar las parias las robó. El rey lo creyó y desterró al Cid.

El caballero, habiéndole cerrado las puertas los condes de Barcelona, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II (sé lo que estáis pensando), así como el rey de la taifa de Toledo, al-Mamún, encontró asilo al aceptar el rey hudí de la taifa de Zaragoza, al-Muqtadir, su servicio; lo que demostró, ya con el sucesor, al-Mutamán, en la guerra contra su hermano, gobernador de Lérida, y sus aliados: los condes de Barcelona y el rey de Aragón. Las huestes del Cid arrasaron y se saldó la batalla de Almenar con el encarcelamiento del conde de Barcelona, Ramón Berenguer II. Pero al rey de Zaragoza le salió un nuevo contrincante: al-Muzaffar. Ante la ausencia de al-Mutamán en la taifa, desde Rueda de Jalón pidió ayuda al rey Alfonso a cambio de entregarle la fortaleza. Este accedió al frente de su mesnada. Pero aún se encontraba de camino cuando en dicha plaza el usurpador se alió con al-Mutamán para tenderle una trampa al rey Alfonso. Cuando llegó su tropa fue diezmada de la manera más inverosímil. Los combatientes musulmanes los recibieron con una lluvia de piedras. El rey Alfonso pudo escapar.

Temiendo al-Mutamán una contraofensiva, envió al Cid a calmar al rey Alfonso. Se dice que, tras el destierro por parte del monarca, pudieron liberar rencillas. De todos modos, el Cid regresó a Zaragoza.  

Las relaciones entre León y Sevilla se mantuvieron hasta que, en el 1082, el rey Alfonso exigió a al-Mutámid la evacuación de la taifa de Toledo, cuya población quedó bajo el protectorado del reino de León con al-Qádir en el trono. Las tropas leonesas ya conquistaban plazas de la taifa de Toledo. El mismo rey cristiano ayudó a su homólogo sevillano en la expulsión de los toledanos de Córdoba cuando la tomaron hasta el 1077 y esperaba saldar esa deuda. Pero al-Mutámid se negó, lo que le costó la invasión leonesa de Sevilla; llegando a sitiar la propia ciudad. Las tropas avanzaron hasta Tarifa.

Terminada la contienda, el rey al-Qádir en agradecimiento al rey Alfonso por expulsar a su enemigo, concedió el deseo del leonés: la anexión de Toledo al reino cristiano a cambio de devolverles a los musulmanes Valencia. Pero los toledanos que se sintieron traicionados por al-Qádir, fueron en busca de al-Muqtadir, al-Mutámid y al-Mutawakkil —este último principal enemigo del al-Qádir— para presentar su apoyo en la contraofensiva. La reconquista del reino de Toledo se extendió hasta el 1085, con la derrota de los aliados. Los cristianos acordaron respetar los bienes y las libertades de los musulmanes; así como la libertad de culto en las mezquitas. El 25 de mayo el rey Alfonso entró triunfal en la ciudad. Más tarde conquistó la taifa de Valencia y, cumpliendo su palabra, allí colocó a al-Qádir como rey títere de Alfonso.

Las taifas de Sevilla, Málaga, Granada y Badajoz se sintieron amenazadas por la supremacía del vecino reino de León y, en definitiva, de los cristianos. Y fue así que se aliaron para solicitar apoyo al emperador almorávide, Yusuf ibn Tašufin. La historia se repetía o, al menos, se asemejaba. Lo mismo hicieron los visigodos contrarios al rey Rodrigo pidieron apoyo en el norte de África al caudillo bereber Táriq Ibn Ziyad, de la estirpe bereber de los fatimíes. Por cierto, los almorávides también eran bereberes. A cambio de la derrota del rey Rodrigo, en el 711 regresó al frente de sus tropas con la victoria musulmana en la Batalla de Guadalete; inicio de la conquista a los visigodos. Con estas palabras se dirigió el líder al-Mutámid a su homólogo almorávide:

 

Él ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellos cruces y que sean regidos por sus monjes. Dios ha concedido reino en premio a vuestra guerra santa y a la defensa de sus derechos por vuestra labor y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán la vida en el paraíso.

 

En el caso de los reyes aliados de dichas taifas obtuvieron el beneplácito del emperador. Le prometieron territorios en el entorno al-Yazirat, una ciudad urbe próxima a la actual Algeciras, y capital de la antigua taifa del mismo nombre. Casualmente, fue Táriq quien la fundó en el 711. Viendo Yusuf que la ciudad no le era entregada, receloso de la palabra de los aliados, el 30 de julio del 1086 una flotilla cruzó esa noche el estrecho y tomó la atarazana de la ciudad. A las claras del día la ciudad de al-Yazira se encontraba sitiada por las tropas almorávides. Desde la tomada al-Yazirat envió esa mañana una paloma mensajera a su padre, al-Mutámid, al-Radí. Pero el rey de Sevilla rindió la ciudad a los hombres de Yusuf. Pero este, tomada su recompensa, cumplió su parte del trato y avanzaron sus tropas con los aliados hacia el reino de León.

El rey Alfonso nombró general al destinado en Valencia, Alvar Fáñez. Pero los cristianos no alzaron la victoria en la batalla de Zalaca. Aunque el rey Alfonso se exilió a los territorios del norte para guarecerse, la guerra continuó. A finales del 1086 los almorávides cercaron Zaragoza y se cuenta que aquí se reencontró el rey Alfonso con el Cid, hasta entonces aún al servicio de los reyes de Zaragoza. Los almorávides, fanáticos cumplidores de la sharía, repudiaron todo acercamiento hacia los infieles —ya fueran cristianos (mozárabes entre ellos) o judíos—, por lo que el Cid y su mesnada retornaría al rey Alfonso. Por parte del monarca, habría caído del cielo en plena guerra contra los invasores. En el verano del 1087 los reconciliados, junto con el rey de Zaragoza, acudieron al auxilio de al-Qádir, ya que al-Mundir de Lérida (recordemos que era el padre de Zaida) se alió con Berenguer Ramón II de Barcelona, apodado «el Fratricida», y ambos presionaban para conquistar la taifa de Valencia. Se contaba en las gestas que el Cid consiguió repeler a los acosadores. Aunque por poco tiempo, ya que al-Mundir regresó para sitiar Murviedro (la actual Sagunto). El Cid regresó a Castilla a pedir refuerzos a su rey y las tropas cristianas lograron recuperar el protectorado valenciano. Hasta que el rey de Zaragoza se alió con el conde de Barcelona para comprometer Valencia, ya que le negó la entrega a al-Mustain II de Zaragoza la ciudad del Turia. El Cid se las ingenió para aliarse con el conde de Barcelona y al-Mundir de Lérida para derrotar al rey zaragozano.

Aprovechando el Cid su poder en el protectorado valenciano, se apropió de las parias que le cobraba a al-Qádir, las cuales correspondían al conde de Barcelona y al rey Alfonso. Incluso anexionó al protectorado la taifa de Albarracín.

A finales de año el rey Alfonso fue a tomar el castillo de Aledo, en la taifa de Murcia, en apoyo a los reyes de Murcia, Sevilla y Granada ante el sitio de los almorávides que tenía lugar desde el verano. Se contaba que al-Mutámid quería anexionar a Sevilla la taifa de Murcia. Mandó avisar al Cid para que acudiera con su hueste. En teoría acordarían encontrarse en Villena. Pero el Cid acampó en Onteniente y envió avanzadillas hacia Villena y Chinchilla para reencontrarse con las tropas del Cid. El rey Alfonso atajó hacia Molina de Segura por Hellín sin novedades sobre su caudillo. Nunca se supieron las causas, pero el rey supuso que el Cid le desobedeció. Lograron repeler a las tropas almorávides, pero Yusuf y sus hombres continuaron conquistando territorios hacia el norte, llegando a Talavera de la Reina y Magerit (actual Madrid). Pero ya en el 1089 en Guadalajara frenaron el avance y los almorávides retrocedieron.

En cuanto al Cid, tamaño desafío le costó el segundo destierro y, esta vez, el rey aplicó una medida para casos de traición: expoliar sus bienes. Pero al Cid poco el importó cuando ostentaba el poder en ahora su protectorado valenciano y las riquezas provenientes de las parias. Una y otra vez venció ante los aliados al-Mundir y Berenguer Ramón II. Hasta el rey Alfonso tuvo que reconocerlo como caudillo en Levante. Ya por entonces contaba con su nuevo alférez, Pedro González de Lara, hijo de Gonzalo Núñez el primer miembro de la Casa de Lara.

En este largo periodo se mantuvo el romance entre el príncipe guerrero, que a buen seguro luchó en dichas contiendas, y la princesa Zaida. Los concubinos tuvieron varios hijos. Ella contaba con dieciséis años, en el 1089, cuando se casaron y vivieron felices hasta finales del 1090; periodo de relativa paz en la taifa de Sevilla. En ese año murió el padre de Zaida, al-Mundir.

En las mencionadas fechas Yusuf dispuso a su general, Sir ibn Abu Bakr, al frente de una tropa que una vez más (la tercera) cruzaría el estrecho, ahora para hacerse con Tarifa y avanzar hasta conquistar las taifas una a una. Al-Mutámid envió a su hijo Fath al-Mamún a la defensa de Córdoba. Por otra parte, una vez más recurrió a la gracia del rey Alfonso, pero ni sus tropas acudieron. A principios del 1091 los almorávides, de vuelta al sur tras su retirada en Guadalajara, tomaron Sevilla y encarcelaron a al-Mutámid en Marrakech, donde permaneció recluido hasta su muerte en el 1095. Por otra parte, se dice que fue desterrado él y su esposa, Rumaykiyya, al pueblo marroquí de Agmat, donde se encuentra su tumba. El mismo Yusuf ocupó el trono de Sevilla.  

Y es aquí donde comienza la leyenda de la Encantá. El 25 de marzo del 1091 los almorávides se acercaron a Córdoba. Precavido el príncipe guerrero, ordenó a setenta caballeros llevar a su esposa, sus hijos y a los familiares al castillo de Almodóvar del Río que ya prepararon para refugiar a los civiles. Y allí dejaron a buen recaudo los tesoros de Córdoba.

Al día siguiente los almorávides tomaron la ciudad. Recordemos del relato anterior que fue en este día cuando murió la princesa Wallada. Al-Mutámid dejó testimonio en una carta de los últimos momentos de su hijo:

 

Fath al-Ma'mún intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores, pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo.

 

Continuando con la leyenda, la princesa Zaida sintió esa noche que algo le ocurrió a su esposo. Se encontraba en la torre del homenaje. Se asomó al balcón y visionó a su príncipe caído en combate. No quería creerlo, pero lejos de obtener noticias, emisarios llegados de la sitiada Córdoba, sucumbió a la pena que la consumió hasta la muerte.

La versión que gana peso dice que en agosto del 1091 el rey Alfonso envió una tropa al mando de Alvar Fáñez al castillo de Almodóvar. Aunque la batalla quedó casi igualada, los del rey Alfonso se retiraron. Se llevaron a la princesa Zaida (o ella se unió a la tropa en busca de protección), a sus hijos y los tesoros de Córdoba. En la corte de Toledo la presentaron al rey Alfonso, quien la acogió de buen grado. Fue en la corte toledana donde a Zaida le comunicaron la muerte en combate de su amado al-Mamún. Pero aquí surge una teoría: el rey Alfonso, si no la conoció en sus visitas a la corte de Sevilla, oyó hablar de la princesa que formaba parte de su harem; estaba bajo su tutela. Es más; se cuenta que al-Mutámid la ofreció en dote al rey cuando Zaida contaba con 12 años. Como con todo matrimonio de conveniencia, al-Mutámid y el rey Alfonso reforzarían su alianza; con el consecuente reparto de territorios.

Aquí hemos de saber que, al rey, aparte de las gestas relatadas, se le contabilizaron dos esposas, Inés de Aquitania, Constanza de Borgoña y Berta (posiblemente esta última de la Casa de Saboya); con quien contrajo matrimonio en dos ocasiones; más cinco concubinas. Máxime entre la realiza y la nobleza —incluso se llegó a ver en el Clero—, la poligamia era normal. Por ello de esa época surge el amor cortesano en el que las mujeres se derretían por aguerridos caballeros y poderosos reyes. Como era de esperar, el rey Alfonso y la princesa Zaida se enamoraron. También era muy cotidiano procrear como si el mundo se fuera a terminar. Para muestra, los hijos de la princesa también vivían en la corte de Alfonso. Con el monarca tuvo un hijo al que llamaron Sancho Alfónsez, y quien sería el heredero por ser primogénito varón. Se cree que nació entre finales del 1093 y principios del 1094. Su ayo fue el conde de Nájera; García Ordóñez. Zaida se convirtió al cristiano y recibió al bautizarse en Burgos el nombre de Isabel. Aunque no solo mantuvo costumbres islámicas, sino que influyó entre los cristianos de León y Castilla. Y entonces la mozárabe y el rey cristiano pudieron ser reconocidos ante el Clero para contraer nupcias en torno al 1100, una vez enviudó de la reina Berta, y legitimar así la herencia a la Corona de su hijo. Aunque su posible casamiento es una teoría, de acuerdo con los testimonios que nos han llegado de la época. Menéndez Pidal aseguró que no pasó del concubinato. Pero son más los documentos que se conservan del rey Alfonso que atestiguan dicha unión. Se dice que a Sancho le siguieron dos hermanas: Sancha Alfónsez, que se casaría con Rodrigo González de Lara (hermano de Pedro González e hijo de Nuño González de Lara) y Elvira Alfónsez (quizá llamada así en honor a su tía, la señora de Toro) que se casó con el rey Roger II de Sicilia.

La nueva familia no se libró de las disputas por el derecho a la Corona. En marzo de 1105 nació Alfonso Raimundez, hijo de la primogénita del rey, la condesa consorte de Galicia, Urraca (llamada así en honor a su tía, la señora de Zamora), casada con el conde Raimundo de Borgoña. Urraca nació en Saldaña en el 1081, fruto de la relación del rey con Costanza de Borgoña.

Entre tanto se sucedían las batallas contra los almorávides. A veces el rey Alfonso enviaba a sus tropas y otras se personaba en las batallas. En 1106 le hirieron en una pierna en la batalla de Salatrices y en septiembre murió el temible Yusuf, pero le sucedió su hijo: Alí Ibn Yusuf que atacó los condados catalanes y comprometió las fronteras del reino de León.

En 1107 murió la reina Isabel. Sus restos reposan hasta la actualidad en el monasterio de Sahagún; ya vimos que un lugar significativo para el rey Alfonso. Al año siguiente, Alí Ibn Yusuf plantó batalla en Uclés (Cuenca). El convaleciente rey por su herida en la pierna no pudo acudir a la batalla, así que envió al frente de sus tropas a su hijo, Alvar Fáñez y siete condes de su curia para proteger al infante. El 30 de mayo de 1108 cayó en combate Sancho Alfónsez a la edad de trece años una vez los siete condes perecieron y quedó desprotegido. Cuando regresaron a la corte, el rey Alfonso pregunto: «¿Dónde está mi hijo?», pero no pudieron confirmarle la muerte, pues el infante y los condes fueron víctimas de una emboscada de los musulmanes del castillo de Belinchón. Poco después se recuperó el cuerpo y halló sepultura en el monasterio de Sahagún, junto a la tumba de su madre.

Con la muerte de su hijo y la derrota en Uclés, el rey Alfonso entró en decadencia. Pero aunó fuerzas hasta el final. Regresó a la capital del Tajo desde Sahagún para proteger la ciudad de la amenaza almorávide. Viendo su final cerca, quiso presenciar la coronación de su hija. Pero en Toledo expiró el 1 de julio de 1109 y fue coronada la reina Urraca I de León; la primera reina de pleno derecho en Europa. Y bien que se le subió el poder a la cabeza, pues se granjeó el sobrenombre de «la Temeraria». Lo primero que hizo fue contener a los almorávides y paliar las rencillas que se generaron entre la nobleza en los últimos tiempos de su padre.

En cuanto al Cid, el 28 de octubre del 1092 ejecutó el cadí Ibn Ŷaḥḥāf, en alianza con los almorávides, al rey al-Qádir; protegido del Cid. Este, encolerizado, regresó a las tierras valencianas desde Zaragoza y puso sitio al castillo de Cebolla. El 17 de junio del 1094 el Cid entró triunfal en Valencia autoproclamado «príncipe Rodrigo el Campeador»; por lo que territorio pasó a ser el Principado de Valencia. Fue entonces cuando pudo vengar la muerte de al-Qádir. El mismo Rodrigo Díaz de Vivar ejecutó en la hoguera a Ibn Ŷaḥḥāf. En adelante, con pretensiones de unir Valencia con el reino vecino, se alió con su rey, Pedro I de Aragón.

Parece que las relaciones con el rey Alfonso se suavizaron. En 1097 envió el Cid a su hijo, Diego Rodríguez, a unirse a las tropas del rey Alfonso en Consuegra. Se dice que luchó hasta sus últimos días. La muerte le llegó en el 1099 y Jimena se convirtió en señora de Valencia. Con la ayuda de su yerno, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III, la mantuvieron a los almorávides a raya, hasta 1102 que rindieron la ciudad. El mismo rey Alfonso se prestó a la evacuación. Al día siguiente los invasores reconquistaron Valencia.  

Ha quedado implícita lo que se entendió por convivencia, comenzando por la permisividad según el dominio de los territorios hacia los civiles; es decir, a los sefardíes (los judíos en territorios ya fueran cristianos o islámicos) se les permitía seguir practicando su religión; a los mozárabes el cristianismo y, en el caso opuesto, a los mudéjares el islam en territorio cristiano. A mayor escala, hemos visto las relaciones amor-odio entre nobles y reyes cristianos y musulmanes: ahora me alío contigo, ahora conspiro con el otro contra ti, ahora hacemos las paces y mañana te vuelvo a sitiar la ciudad. Todo esto alimentó la leyenda de las Tres Culturas que, con la hegemonía almorávide terminó. Tal vasto fue el territorio en al-Ándalus que conquistaron que para gobernarlo que hubieron de recurrir a las taifas. Aunque ya les llegaría su hora. Pero eso lo dejamos para otra historia.

miércoles, 14 de febrero de 2024

La princesa Wallada y el poeta Ibn Zaydún: Los no tan enamorados de Córdoba

 


Wallada bint al-Mustakfi nació en la Qurtuba omeya, se cree, entre el 994 y el 1010. Era hija del undécimo califa, Muhammad al-Mustakfi, más conocido por Muhámmad III, y la esclava cristiana Amin'am. Pero más conocido y célebre era su bisabuelo, Abderramán III; último emir y primer califa de Qurtuba. El consejero de su madre fue el comandante Almanzor. Muhámmad III fue ordenado el 17 de enero del 1024, tras un motín que se cobró la derrota de Abderramán V, quien era su primo. Ya en el poder mandó ejecutarlo. Su hija ostentó el título de princesa.

Este califa se granjeó fama de cruel. Al igual que él ascendió al trono bajo el apoyo de sus secuaces, pronto la población conspiraría contra el malvado califa. Surgió una organización encabezada por Yahya al-Muhtal, quien además era el heredero al trono. Llegando a oídos del califa, temeroso, se cuenta que disfrazado de mujer abandonó la ciudad y marchó a la Marca Superior, nombre que recibía la frontera entre al-Ándalus y los reinos cristianos. En concreto, se cuenta que, en su viaje hacia las proximidades de Zaragoza —en donde pretendía refugiarse—, en Uclés (Cuenca), le dieron caza y lo asesinaron —se cree que lo envenenaron—.  

Wallada era la única hija del califa, por tanto, la su heredera. Tras cobrar la herencia dejó que el nuevo califa, Yahya al-Muhtal, ascendiera al trono y ella repudiar la vida cortesana. Con los bienes legados de su padre abrió un palacio con un salón literario en el que todos, incluso los esclavos, tenían cabida. Para muestra un detalle: Muhya bint al-Tayyani, quien gracias a las enseñanzas de poseía y canto se convertiría en poetisa, no era más que la hija de un vendedor de higos. No solo la humilde mujer acudía a las clases de la princesa, sino que esta la acogió en su casa. Y he aquí que empieza a destacar, pues en su época fue una mujer que logró independizarse de cualquier tutela masculina. Los hombres, entre los que se encontraban en su mayoría poetas y literatos, acudían al salón de la princesa y la admiraban, más allá de sus cabellos cobrizos y sus ojos azules, por su sabiduría. Aparte de literatos, se daban cita los sabios que, a partes iguales, quedaban embelesados tanto por su belleza como por su intelecto. Tan independiente era que sin tapujos caminaba por la calle sin el velo; siempre con la cabeza bien alta, coqueta y orgullosa a la vez. Se decía que bordaba en los hombros de los vestidos sus versos. He aquí uno de ellos:

 

    Por Alá, que merezco cualquier grandeza

    y sigo con orgullo mi camino.

    Doy gustosa a mi amante mi mejilla

    y doy mis besos para quien los quiera.

 

Aquella mujer de genio llegó a batirse en duelo con los hombres, si n más armas que las palabras de los versos que improvisaba. Ellos, en contraparte, reclamaban la posición que veían en la princesa. Y fue aquí donde conoció al poeta Ibn Zaydún; un cordobés de alcurnia que llegó a ser el favorito del emir Abulhazam ben Chauar. Pero resultaba una baza pertenecer al linaje de los Banu Yahwar, rivales de los omeyas. Aunque nadie manda en el corazón. Él no solo la admiraba, sino que se enamoró. Tampoco ella, por mucha gala que hacía de su libertina vida, escapó de las redes del amor. Y en adelante, la omeya y el rival se convirtieron amantes en la sombra. Aun en la sombra, nada les impedía profesar su amor de la forma que los unió: mediante los versos que se dedicaban; en la mayoría, además, reinaba la sensualidad. Así dieron testimonios estos poemas:

 

    Cuando caiga la tarde, espera mi visita,

    pues veo que la noche es quien mejor encubre los secretos;

    siento tal amor por ti que si los astros lo sintiesen

    no brillaría el sol, ni la luna saldría,

    ni las estrellas emprenderían su nocturno viaje. Wallada.

 

Estos versos quedaron inmortalizados en el monumento que cerca del Alcázar de Córdoba se consagraría a estos enamorados.



 

Tengo celos de mis ojos, de mí toda,

de ti mismo, de tu tiempo y lugar.

Aún grabado tú en mis pupilas,

mis celos nunca cesarán. Wallada. En el momento aparece el nombre en su versión castellanizada: «Valada».

 

Tu amor me ha hecho célebre entre la gente.

Por ti se preocupan mi corazón y pensamiento.

Cuando tú te ausentas nadie puede consolarme.

Y cuando llegas todo el mundo está presente. Ibn Zaydún.

 

Y fue así como nació la leyenda de los amantes de Córdoba. Pero lo que sucedió después poco se ha contado. El amante fijó los ojos en una de las esclavas de la princesa. El orgullo de Wallada regresó y repudió del poeta con toda su ira. De inmediato denunció la infidelidad y el poeta acabó en la cárcel. Pero no dejaron de cartearse; de hablarse mediante la poseía. Al principio el poeta descargó contra la princesa, pero no esperaba la venganza que se cobraría ella. Ahora sí que en serio se batió en duelo con el arma de la palabra. Ella no tardó buscarse a un nuevo amante, Abu Amir ibn Abdus, y se lo hizo saber una vez el poeta, consciente del desamor, imploraba su perdón. Le hizo sufrir. Ibn Zaydún, lejos de rendirse, se carteó con su favorito, Abulhazam ben Chauar, como si le dedicara el poema a la princesa. Llegó a oídos de Wallada y aprovechó para hundirlo y humillarlo aún más. Este poema lo dice todo:

 

     Tu apodo es el hexágono,

    un lote que no se apartará mientras vivas

    ni siquiera después de que te deje la vida:

    marica, puto, fornicador,

    cornudo, cabrón, ladrón. Wallada.

 

En el 1035 ben Chauar derrocó Yahya al-Muhtal, que se proclamó primer rey de la taifa de Córdoba; lo que a su vez supuso el fin del califato; el fin de la dinastía omeya. Ahora el poeta gozaba de simpatías en la corte. El poeta quedó libre y en este tiempo se le veía deambular por las calles de la ciudad, cabizbajo, ojeroso; jurarían que enfermó de pena. Su vida dejó de tener interés hasta que desafió el favoritismo de ben Chauar. Descargó su frustración contra el amante de Wallada y tal deshonra le costó un nuevo arresto. Aquí uno de sus versos:

 

    Me censuráis que él me suceda

    en los afectos de aquella a la que amo;

    mas no hay en eso infamia:

    era un manjar apetitoso

    y la mejor parte me tocó a mí,

    el resto se lo dejé a esa rata. Ibn Zaydún.

 

Y desde entonces ya nunca más volvieron a dirigirse la palabra la princesa y el poeta. Centró sus esfuerzos desde la cárcel por convencer a sus amigos para que mediaran con ben Chauar. El que fuera su favorito le concedió el indulto, pero no lo quiso en su corte. El rey lo nombró embajador en otras taifas. Se instaló en el 1049 en la corte de Sevilla como secretario del príncipe, poeta, y quien ocupó el lugar de favorito, al-Mutámid. Los poemas de Ibn Zaydún fueron dirigidos tanto a él, ya como rey de la taifa de Sevilla, así como a los cortesanos hasta su muerte en torno al 1071. Siete años después el rey de Sevilla derrocó a ben Chauar, con la consecuente desaparición de la taifa de Qurtuba.

La princesa, sin embargo, pronto olvidó al desgraciado poeta. Se mantuvo fiel a sus principios, pues no se casó. Sí que flirteó con otros hombres. Se cuenta que a la vez mantuvo relaciones con el prolífico Ibn Hazm y el visir Ibn Abdus. Aparte del gozo amoroso, ambos, de la corte del rey, le aseguraban la omeya vivir en paz con su rival. Vivió feliz el resto de su vida. El amor verdadero en este triángulo se mantuvo con el visir, quien quedó a su lado hasta la ancianidad.

Murió en Qurtuba el 26 de marzo del 1091. Con ella se fue la última omeya. Coincidencia o no, ese día los almorávides tomaron la ciudad en su invasión a la taifa de Sevilla. Quedémonos para la continuación de este relato con al-Mutámid, porque ahí comienza la historia del romance entre su hijo, el príncipe Fath Al-Mamun, y la princesa Zaida. También las relaciones entre el rey de Sevilla con el de Castilla y León, Alfonso VI, a quien envió al Cid a cobrar los tributos de al-Mutámid.

La leyenda de la Encantá y mucho más lo dejamos para la próxima parte.