" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 22 de octubre de 2023

Las Tres Culturas

 


Seré simplista, pero os digo que solo diferencio a las personas entre buenas y malas. A raíz de los acontecimientos, hemos visto opiniones en contra de la multiculturalidad. Desde pequeño, la diversidad cultural que, a mi parecer, nos enriquece como humanidad, me ha fascinado. Aún conservo en el ordenador una carpeta llamada Músicas del mundo. Y desde entonces me embelesaba frente al televisor con los documentales de La 2. Más que los de naturaleza, me gustaba ver a los masái con sus danzas triviales; conocer su cultura. Una película a la que le guardo un especial cariño, la cual ha influido en mí como autor a la hora de fabular mis historias, es Rapa Nui. En el mundo de Arcadia que creé, sus gentes cuentan los meses como lunas; me inspiré en dicho film. La concordia entre pueblos y sus culturas es algo que en este primer libro y en los venideros tiene suma relevancia. Por eso, digo hasta la saciedad que lo escribí en respuesta a lo que observé en el mundo real. Como en la realidad, en esta ficción hay culturas que confrontan y otros que predican esa utópica concordia. Mientras los escribía, imaginaba la imagen de un corro en el que musulmanes, judíos, cristianos, nativos americanos, rusos y daneses, danzaban cogidos de la mano en un prado verde con el arco iris de fondo. Y os vais a reír, pues me inspiré en una escena de Los Simpsons en el que un personaje pregunta: «¿Os imagináis un mundo sin abogados?». Por supuesto que no lo comparto, ofensivo o inofensivo es humor y rompamos una lanza en favor de los abogados. Quedémonos con esa imagen, tan fantasiosa, irreal y lejana, que hasta nos parece infantil. Tan simple como diferenciar entre buenos y malos; desear que todos nos lleváramos bien. Ese es el problema: nos complicamos demasiado la vida y después llegan las consecuencias. Hay tendencia en comparar a nuestro congénere, pues también olvidamos que todos somos los mismos seres humanos. Tenemos que encasillar al otro según sea del Madrid o del Barça, de izquierdas o de derechas, de tal género, de Oriente u Occidente, de piel blanca, morena o amarilla, si rubios con ojos azules o son negros al igual que su pelo; si cristiano, musulmán, judío o budista.

Se dice que un acontecimiento o un pensamiento ligado a la historia de un lugar condiciona el carácter de sus habitantes. En el caso de la mía, se nos atribuye el senequismo, y ya por esto todos los cordobeses somos introvertidos. Pero oye, que en Córdoba habrá senequistas y los habrá que no lo son. En un lugar cualquiera, con una comunidad cualquiera, habrá buenos o malos en mayor o menor medida, pero no por ser cuál ya son tal. Así es cómo nos complicamos la vida.

Continuando con mi ciudad, he aquí el sentido del título de la esta reflexión. Ha quedado como una leyenda y yo me decanto por los mitos que han desmontado reconocidos historiadores. Todo comienza con la fundación de Al-Andalus. Los musulmanes se encontraban en minoría respecto a las comunidades cristianas visigodas y, por ello, en lugar de enfrentarse, al igual que hicieron con la comunidad sefardí, procuraron convivir. Cada comunidad tenía libertad religiosa por gracia del califa de turno. Hablo de Córdoba, capital de Al-Andalus —aunque esto se dio en otras ciudades—, por los vestigios que quedaron en zonas: la Judería como gueto judío, arrabales de la Axerquía en donde vivían los cristianos mozárabes y la Medina o parte preponderante de la Córdoba islámica. Tan solo los paganos eran ejecutados de acuerdo con lo establecido en la sharia.

Con las invasiones de almohades y almorávides, pueblos que profesaban un islam mucho más ortodoxo, y la caída consecuente caída del Califato de Córdoba y la consecuente división del territorio en taifas, la convivencia entre las tres culturas terminó. Todo infiel ya era indigno de vivir en territorio islámico.

¿Y con la Reconquista? Más de lo mismo. Se dio la vuelta a la tortilla. Esta vez, con los cristianos al mando; encabezados por los mismos Reyes Católicos. Fueron ellos quienes expulsaron a los judíos en 1492. Solo podían quedarse aquellos que se convirtieran al cristianismo. ¿Sabéis una cosa? La Inquisición surgió a raíz de considerar el judaísmo como una amenaza hacia el cristianismo. Ironías de la vida, el propio Jesús predicaba en las sinagogas, leía la Torá y guardaba festividades como la Pascua. A la Virgen y su familia se le atribuía la pertenencia a una de las sectas judías. Al mismo Jesús lo criticaba su pueblo porque se codeaba con fariseos y samaritanos, los cuales eran paganos.

¿Y los musulmanes que quedaron tras la caída del Reino de Granada? Pagando una bula podían profesar su religión. Y eso fue lo más benevolente. No hablemos de las cruzadas. ¿Sabéis qué se debieron? A al asentamiento de un recién nacido islam en Tierra Santa que comprometía la hegemonía cristiana. Todos peleaban por Jerusalén: joya para las tres religiones; en especial el famoso templo.

En el contexto de la presente guerra, observamos el dualismo como defensa del argumento. Al fin al cabo vemos que la historia se repite. Unos que arremete contra musulmanes o judíos y el otro que contrataca: «pues los cristianos no habléis muy alto. Mirad la Inquisición o los actuales abusos por parte de clérigos». Y no les falta razón. Acabamos de ver que negarlo sería cínico.

¿Por qué no buscamos los puntos de acuerdo en lugar de confrontar?

Me remito a otro ejemplo de Los Simpsons. Homer da un sermón en la sinagoga porque se cree el mesías. Según el doctor Hibbert, ha caído en el llamado «Síndrome de Jerusalén». Con síndrome o sin él, el mensaje es para enmarcarlo: «Unos no comen cerdo, otros no comen marisco; pero a todos nos gusta el pollo». Me alegró saber que no soy el único que ambiciona esa concordia entre los pueblos y tan ansiada libertad, ya no solo de culto, sino en general.

Y aún iré más allá. Dios Padre, Yahveh y Alá, ¿sabéis lo más increíble? Que son el mismo dios con distinto nombre. Esto es de primero de Teología; de clase de religión de primero de primaria, me aventuraría a decir. Por algo se llaman «religiones abrahámicas». ¿Os cuento algo más? ¿Sabéis quién es la mujer a la que idolatran los musulmanes? La Virgen María.

Permitidme que ensalce una anécdota, un ejemplo de la ansiada convivencia y concordia: era Semana Santa y no recuerdo qué procesión pasaba por los jardines de Colón de Córdoba. Allí hay una pequeña mezquita. Sorprendió ver al imán en la puerta, y abierta, no solo para ver el paso de la procesión de una religión diferente, sino para rendirle pleitesía. Un reportero cayó en el insólito y lo entrevistó. No podría reproduciros todo lo que dijo acerca de esta convivencia. Solo esas palabras que se me quedaron grabadas: «Islam significa paz».

Como decía al principio, cierto pensamiento atribuido a los habitantes de un lugar —como en mi caso las Tres Culturas—, influye y, además, uno quiere darlo a conocer; llevarlo por bandera. Para mí no hay símbolo más glorioso que ese invisible a los ojos, con forma de sentimiento. Por eso, en esta guerra, como en todas, así como en una simple trifulca familiar, no condiciono a nadie por ninguna característica. Hay buenos y malos, sean quiénes sean, adoren al dios que adoren, vivan donde vivan. En toda guerra, más que la geopolítica que suscita esas opiniones enfrentadas, creo que merecen toda nuestra atención y compasión los civiles; las víctimas de un juego de los de arriba; y no nos referimos a ningún dios.

¿Y vosotros? ¿Estáis de parte de Israel?, ¿de Palestina?... o del sentido común.

Hasta pronto, amigos.

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