" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

martes, 5 de diciembre de 2023

Maltratada sin saberlo

 


Este relato lo "rescaté" de la antigua vida del blog. El valor que le otorgo se encuentra en la época en la que lo escribí, con una percepción de la realidad determinada; hoy en mayor o menor medida diferente. Por entonces y, ahora, me apenaba ver a una mujer anulada por quien tenía a su lado; lejos de ser su pareja, su agresor, su maltratador. No comprendía por entonces por qué ella lo quería a pesar de todo; con el tiempo lo comprendí. Creo que desde pequeñas se les debe enseñar a que se hagan valer; a que a la mínima descubran los indicios; a saber que el novio que comienza por decirle cómo tiene que ir vestida o por controlarle el móvil, puede terminar... no quiero ni decirlo. Y a ellos, los agresores, a parte de justicia, enseñarles desde pequeños que a las niñas, las compañeras del cole, se las trata como a iguales; muchos pegarles o insultarles.Cuando día sí y día también vemos en las noticias un nuevo caso de violencia de género/machista y a las políticas diciendo "hay que hacer algo", lo siento pero me enerva porque todo queda en "hay que hacer algo".

He aquí el relato:

Era un hombre que tuvo una vida fácil. Nunca valoraba nada porque nunca tuvo que ganarse todo aquello que ambicionaba. Pensaba que, para tener algo, solo tenía que pedírselo a papá y al día siguiente lo tendría en sus manos. Con el tiempo pasó a convertirse en una persona egoísta, avariciosa y consentida.

A todos nos llega el amor. Conoció a una chica. Le gustó desde primera hora. Ella, ilusionada, esperaba encontrar el amor verdadero. Comenzaron una relación.

Al principio se mostraba simpático, muy buena persona, muy amable con su novia y ella tocaba el cielo con las manos. Pero como siempre dicen, lo bueno se acaba pronto. Todo empezó al profundizar y a descubrir cómo era cada uno. Ella no quedaba muy al descubrir los secretos de su novio. Al principio no le dio mucha importancia, pero, en ciertos momentos, se sentía incómoda. Tampoco quería admitir que unos feos transcendieran.

Hasta que fue agravándose una sensación de incomodidad cada vez más latente. Se desenmascaraba el verdadero hombre y, el que ella conoció a primera vista, pareciera no haber existido.

Se le cayó un mito. Todas las ilusiones que había tenido al encontrar a la persona que la amase y la tratase como ella esperaba, se venían abajo.

La primera solución por la que optó y, la más normal, fue dejarlo. Pero lo que no se esperaba fue que aquí empezaría su verdadero problema. Cuando ella dijo que debían dejarlo el aceptó, pero pareció no quedar muy conforme. Era lo previsible. Quizás le costaría al principio superarlo, pero sería cuestión de tiempo acostumbrarse a estar soltero. Y eso no lo iba a tolerar.

Él siempre había tenido lo que quería. Nunca se le había resistido nada y, si él quería tener pareja, por qué se le iba a resistir. Afloró su egoísmo. Ese egoísmo que él veía como algo normal y algo con lo que se había educado desde su infancia, hizo pensar que ella le pertenecía y que, si él quería poseerla, como novia o lo que fuera, lo tenía que conseguir.

Volvió a su casa para pedirle que volviesen. Para ello tuvo que ingeniárselas. Más que lágrimas de amor, eran lágrimas de derrota al perder lo que le pertenecía. Pero lo que trasmitía era una falsa pena al haber cortado la relación.

Ella se compadeció y le dio una última oportunidad. Vio algo de credulidad en sus lágrimas y en su cara triste, más creíble que la interpretaría un buen actor. Pero el tiempo fue pasando y él volvía a las andadas. Aquella oportunidad se le había olvidado y de nuevo era inmensamente feliz porque seguía teniendo la novia que le pertenecía. Ella no compartía esa felicidad. El problema de la incomodidad que ya se había convertido en dolor persistía como unas garras que aprisionaban su corazón. Sabía que él era el causante de su dolor; él que debía hacer algo por apoyarla y darle ánimos. Por eso le decía: «No pasa nada niña, no llores» Tras las palabras de consuelo, aquel problema se había solucionado. Después de animar a su novia seguía disfrutando de la relación. La vida le sonreía, todo estaba a su gusto, tenía todo aquello cuanto quería en su vida y nada se había interpuesto en su camino. Como un demonio, poseer era su razón de vivir. Su novia era algo más de su propiedad. Para él, ella era una herramienta fundamental para mantener esa felicidad. Cuando hablamos de abundancia, no todo es materialismo y consumismo, ¿verdad? Pero las herramientas se deterioran del uso. Pero bueno, mientras siguiese funcionando…, pensaba él. Si algo se le estropeaba, daba igual, lo importante era que aún le sirviera.

Ella se deterioraba por momentos. Cada vez iba a más y daba miedo pensar hasta dónde terminaría aquello. Se sentía sola porque mientras él disfrutaba a su costa, ella no era feliz y en nadie encontraba apoyo y… ayuda. Mucho menos a su novio que era a quien debía de importarle. Pero él solo se entretenía con todo lo que ella le ofrecía y no le importaba nada más que su posesión.

Al fin ella encontró el apoyo y consejos de sus amistades y familiares. Pudo sacar una pequeña sonrisa y dar una tregua a su tristeza. Pero a solas volvía a llorar y de nuevo rememoraba aquello que tantos meses llevaba atormentándola.

Las jugarretas y los feos que él le hacía seguían como algo cotidiano en la relación. Ella seguía sufriendo y él gozando. La vida es injusta cuando vemos que le sonríe al villano.

Ella, animada a dejarlo, volvía a recaer, pero su respuesta siempre era la misma. No solo volvía a sentir compasión, sino culpabilidad al creerse el arrepentimiento del actor y otorgar una oportunidad más. Lo que no iba a permitir, era quedar como la mala por haberlo dejado. Reconocía su autoestima destruida, pero ya no le quedaban fuerzas.

La tristeza ya era algo cotidiano. Se había acostumbrado. Pasaba el tiempo y se volvía más y más apática. La pena tornaba en resignación y ello acarreaban sentimientos reprimidos. Estaba cayendo en un oscuro pozo y ya hacía bastante tiempo que perdió de vista la salida, por más que miraba hacia arriba en busca de esa luz. Se sentía en un mundo de oscuridad donde no sabía qué hacer porque su mayor temor perseveraba: quedar como la mala. Seguía cayendo sin que apenas a casi nadie le importase. Por cierto, sus amistades y familiares se hartaron. Ya le daba igual que un día diese contra el fondo de aquel pozo y se estampase contra el suelo... sola. Quería descansar, desaparecer… de este mundo. Él disfrutando y viendo la vida de color de rosa.

Ella comprendía que estaba por estar. Sabía que si seguía con él cada vez se alejaría más del sueño de su vida. Mil cosas a la vez se entremezclaban en su cabeza. Se fabuló una confusión. Por eso optaba por pasar de todo y no pensar en nada.

Pero no veía que el problema no se iría por ignorarlo. Sufriría en silencio mientras él, tan campante a sus anchas, de verdad creía que todo iba bien. Menos fuerzas tenía y menos motivos encontraba para salir adelante.

El invierno llegó como aderezo al alma de la mujer. Invierno que ya llevaba más de un año alojado en su corazón. No podía ni amar, ni ilusionarse, expresar alegría o tristeza... Siempre manifestaba la misma inexpresión y ya apenas hablaba con nadie.

Su única solución, una revelación que le hiciese ver qué podría ocurrir si seguía en ese estado o alguien que de verdad la ayudase, sin hartarse, sin soltarla hasta el final.

Como una princesa atrapada en la torre de un castillo y secuestrada por el egoísmo de una bestia, fue rescatada por su príncipe. Aquel príncipe vestido de azul y que había estado siguiendo el rastro de su princesa. Hasta que aquel día consiguió entrar en el tenebroso castillo y entrar en su habitación, en su calabozo. Ella abrió los ojos y ambos combatieron a la bestia.

La bestia o, un exnovio que ojalá olvidara tuvo que aguantarse y aceptar que esta vez la había perdido para siempre. Nunca comprendería el porqué; por qué eso suponía un fallo cuando se consideraba perfecto y tan fuerte e inteligente como para conseguir todo lo que ambicionaba. Creería por siempre que se había comportado bien con ella y que lo había abandonado sin motivo. Con el tiempo, tuvo que acostumbrarse a la ausencia de su exnovia y conoció a otra chica; otra más que cayó en sus garras y otra más de sus víctimas.

¿Qué fue de la desdichada princesa? Su príncipe le ayudó a recobrar sus sentimientos, le devolvió la felicidad a su vida e hizo que su corazón latiera de nuevo. Ya os podéis imaginar cómo acabaron escribiendo su bonito final.

¡Ah! Olvidaba lo más importante. Comprendamos que ella cayó en una relación tóxica por inexperiencia. Digamos que era una chiquilla que no conocía más amor que el que veía en películas y series. Hasta esa terrible experiencia, le atraían los chicos malos y, ser sumisa e incluso abrazar el sado, era erótico. Su príncipe la ayudó esa vez, y ya no más. La princesa es ahora una mujer con una personalidad definida y una autoestima de hierro. Ahora es ella quien ayuda a otras jovencitas a comprender que, el verdadero hombre, es aquel que no te posee. Ese que en lugar protegerte porque eres su florecita, se siente orgulloso de ti cuando ve cómo te defiendes con ayuda o sin ayuda. Les enseña a esas muchachas que el amor es una parte importante de la vida, pero no lo es todo, no es la razón de vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario