" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 24 de diciembre de 2023

La silla vacía

 

 La familia los mantenemos vivos en la memoria todos los días, pero en estas fechas más nos acordamos; más se les echa de menos.

Como decía la letra de Perdóname de Fondo Flamenco, «No hay cosa más triste que un recuerdo feliz». Entre esta frase y el título ya lo digo todo. Si continuáis leyendo, no es que en esta ocasión os lo agradezca porque no os hablo con ese afán, sino deciros que os comprendo cuando en estas fechas se os hace un nudo en la garganta al ver las sillas vacías. Me estoy acordando de mi buena amiga, cuya amistad ya va para los 20 años y que el próximo año compartiré junto a su futuro marido —él también es para mí más que un amigo— el día de su boda. Desde que nos conocemos, de estas fechas lo que más le gusta a ella es un cucurucho de buñuelos con mucho chocolate y una tableta de Suchard. Por lo demás siempre he comprendido que le sea difícil pasar el Fin de Año o la Nochebuena recordando a los que nunca deberían haberse marchado; ya sea porque emprendieron ese viaje u otros motivos. Mientras puede, su familia procura reunirse y no perder la tradición; al menos estas noches tan singulares. Ya he hablado de ella aquí y allá porque tiene mucho que aportar; su vida es digna de ser escrita. Entre el ejemplo que da, tiene una manera de darse ánimos que me recuerda a mi profesor de Apoyo Psicológico al Paciente, cuando estudiaba Auxiliar de Enfermería. Valga la relevancia decir que José María era psicólogo. Y no por ello un psicólogo siempre está de buen grado. Nos contaba que en días difíciles daba un paseo por la Unidad de Oncología Infantil. A fin y al cabo, creo que todos pensamos, o deberíamos, que, si de algo nos quejamos, hemos de valorar lo que tenemos. Ya que hablo de su prometido, ella bien puede compararse con él —en este caso con su futuro marido— porque en estas noches la familia de su prometida es la que le queda. Y es la persona con mayor entereza e incluso sentido del humor. Y por contaros esos detalles que dicen mucho de la persona, este verano fuimos a desayunar, nos cruzamos con un mendigo y como si fuera algo habitual en él le dio unas monedas.

Os hablo ahora de mis amigos. Nunca digo «otros» porque los quiero por igual. Ellos se casaron hace cinco años y su peque llevó los anillos. A finales de noviembre, por el cumpleaños de mi amigo, estuve en su casa y ya habían puesto el árbol, el belén y el adorno en la puerta. Todos los años mi amiga me dice que lo hacen por su hijo. Puedo decirlo porque aquí todos somos adultos y ya descubrimos en su momento que los Reyes y Papá Noel son los padres. El hecho está en que sus padres se echan Reyes para que lo vea su hijo y mantenerle esa ilusión.

Y hablando de Reyes, mi amiga, a la que también más o menos conocéis —si me leéis—, la noche del día cinco mantiene la tradición de dejar el barreño con agua para los camellos, la tres copas y algunos mantecados. A la mañana siguiente se levanta con la misma ilusión que cuando era pequeña y corre a por los regalos que, hablando de tradición, encuentra bajo del árbol. Creo que esto dice mucho, ¿verdad? Y, por cierto, ya os traeré la reseña de dos libros que me regaló porque entre nosotros también nos hemos echado Reyes. Uno de ellos fue Cazadores de fantasmas de Ed y Lorraine Warren. Cinco horas con Renfe se lo pedí, pero este lo eligió porque conocía mis gustos. ¿Veis el detalle?

Y ahora yo; más bien, mi familia. Aunque me pongo como ejemplo, no vengo en plan narcisista a darme protagonismo. Tampoco digo que mi historia sea mejor o peor. Cuando cuento algo, siempre lo hago pensando en vosotros; más a los que os puede animar o evadiros de este mundo real; como siempre digo.

Aquí uno que ya peina canas se remonta a los 90, cuando tanto mi familia materna como paterna nos reuníamos en la casa donde hubiera una mesa en la que cupiéramos todos. Y a propósito de esas mesas. Mis abuelos maternos, Curro y Concha, compraron una alargada exclusivamente para Nochebuena —la Nochevieja la celebrábamos en casa de mis tíos Charo y Pedro—. Yo lo flipaba con mis primos, mis tíos, mis padres y sobre todo los abuelos. Siendo un niño, había algo que me llamaba la atención: los abuelos no tenían más decoración navideña que el centro de mesa con las flores de pascua. Y lo comparaba con mi casa en donde poníamos el belén, el árbol y no faltaba el casete con los villancicos infantiles. 

 

la foto del árbol es del 91 y la del belén del 92. Aquí tenéis a un servidor en el antiguo piso, siempre con ese espíritu navideño gracias a los papás. 

Pero lo importante era reunirnos. Pensaba que como eran mayores ya no le apetecían meterse en adornos, árbol…

Respecto a mi casa, con el tiempo lo comprendí. Si me identifico con mis amigos y su hijo es porque mis padres también decoraban la casa, pero por mantenernos la ilusión a mí y a mi hermana. Al hacernos mayores, no solo eso se fue perdiendo, sino también el sentarnos todos los Ríos a la mesa. Recuerdo el último año que nos reunimos en casa de mis abuelos. En la tele estaban echando un especial de Menuda Noche y actuaba María Carrasco y la niña del pom pom. La tragedia del Tsunami de la película Lo imposible, acaeció hacía nada —el 26 de diciembre de 2004—, por lo que os estoy hablando de la Nochevieja. Para que os hagáis una idea acerca de lo numerosos que somos los Ríos, no cabíamos por lo que teníamos que sacar hasta la banqueta del baño y otros tantos en la cocina sacando los canapés. Somos veinte primos, ocho tíos (contando con mi madre) y ya no sé cuántos sobrinos de primos hermanos. Como en las empresas, repartidos por la geografía: Cataluña, País Vasco, Navarra y La Rioja, Málaga, Sevilla y por supuesto Córdoba y Lebrija. Hablamos a menudo de pasar tiempo con nuestra familia y amigos. Si hay rencillas, lo normal en todas las familias, al menos dejarlas a un lado en estas noches singulares del año.

Os cuento más acerca de mis abuelos maternos porque fueron con los que tuve más vivencias; también influyó el que fuéramos vecinos. A menudo me iba con ellos a su casa de Lebrija. Recuerdo por ese año, sentados a la mesa del patio, estar hablando de la muerte. Mi abuelo se refería a estos temas con tanta naturalidad que al cementerio le llamaba «el cortijo de los callaos». Por cierto, como esto deja huella en uno, en el segundo libro de En el nombre de Arcadia lo dice un personaje, lo que incluí como un guiño hacia mi abuelo. No sé cómo tuve el valor, siendo ya un aficionado a lo paranormal, para soltarles que cuando llegase su momento se me aparecieran o interactuaran conmigo mediante fenómenos.  

A finales de verano de ese año, 2005, tuve otra ocasión de irme con ellos a Lebrija. No sabría si catalogarlo como casualidades, señales o una premonición. En principio ocurrió algo curioso. Tuve la oportunidad de pasar una semana en Fuengirola con mi familia paterna. Viajé de Lebrija a Córdoba y al día siguiente mis padres y mi hermana cogimos el Talgo a Málaga. Mi abuelo me llevó en el coche a la estación de Lebrija y, como en las películas, viéndolo alejarse a la par que el tren emprendía la marcha, no me gustó la sensación que sentí. Es increíble que, a la vuelta de Fuengirola, al día siguiente regresé a Lebrija, cuando ya podría haberme quedado en Córdoba. Después de esa sensación, fue toda una alegría volver con mis abuelos. Pero sentir esa alegría, como si fuera otra oportunidad, me estaba ya mosqueando. No voy a entrar en detalles, porque después pasaron muchas cosas…. esas casualidades.

Ese día… a las seis de la mañana mis tíos, Loli y Tano, que vinieron de Barcelona se despidieron ante el viaje de vuelta. En esa misma mañana llegaron mis tíos Charo y Pedro y mis primos: Chari y Francis. Nos fuimos a Sanlúcar a la playa. A la vuelta, en la casa estaba mi familia, consolando a mi abuela… todos llorando. Los que conozcáis las costumbres de los pueblos, la puerta de la casa se deja abierta y los vecinos entran a dar el pésame. Cuando salíamos para el tanatorio, Anita, la vecina de enfrente, me aconsejó que no fuera para no verlo… —más siendo por entonces un chaval de 16 años— y que me quedara con los recuerdos. Hasta la fecha y siempre, los que dejaron las sillas vacías, para mí nunca se fueron porque creo que de alguna forma los hago revivir, aunque sea en la memoria. En cualquier momento, dando un paseo cualquier día del año, me acuerdo de mis abuelos y mis familiares que allá están.

Hablando de «allá». A los días después todo por la Baja Andalucía, recién llegado a Córdoba, tuve ese sueño. He de describiros el espacio: su vivienda de Córdoba estaba en un pasaje, había un bar que hacía esquina y la clásica rampa que desciende a las plazas de garaje. En este sueño entraba yo en el pasaje, pasaba de largo su portal y mi abuelo estaba apoyado en la baranda de dicha rampa; como solía hacer. Aquí sabía que había regresado de ese lugar y, al mismo imaginad la alegría al volver a verlo; supe que tuve la oportunidad para despedirme. No recuerdo palabra por palabra, pero sí lo último, lo que cobra mayor significado. Le pregunté que cómo era el Más Allá. Me respondió que no podía decírmelo y que me quedara con que era un lugar en el que estaba muy bien, a gusto, en paz. Ahí sí que se despidió, porque ya tenía que marcharse; como si algo superior se lo ordenara; aquello que le habría permitido volver para despedirnos. Se dio la vuelta, cruzó la calle y tan solo anduvo un poco hasta que se fue desvaneciendo y desapareció.

Recordad que os describía la Nochevieja de 2004. En la de 2005, no es que viéramos las sillas vacías, sino que a partir de entonces la familia no nos volvimos a reunir en estas fechas; no al menos como antes. Nos visitábamos en la llamada Tardebuena, de esa forma sí. Y tratamos de mantener esa buena costumbre. En definitiva, seguimos unidos como siempre, o más aún. 

Con mi abuela procuramos que siempre estuviera acompañada. Aparte de que… qué ganas de fiestas íbamos a tener, las pasaba en casa de mis tíos. Reconozco que me costó, y años, el hacerme a la idea ese cambio de pasar las Navidades en familia a celebrar algo modesto en casa con mis padres y mi hermana. Comprendí que esto es ley de vida y es el curso natural que ocurre en todas las familias. Mis primos tienen hijos, por tanto, mis tíos nietos y surgen nuevas familias. En el lugar en el que yo estaba a finales de los noventa ahora están mis sobrinos de primos hermanos; los abuelos ahora son mis tíos.

Os contaba el sueño que tuve con mi abuelo. He aquí otra casualidad y fue que mi abuela se enterró el 3 de septiembre de 2010; justo el día que se cumplía un lustro de la muerte de mi abuelo. ¡No os lo vais a creer! A los días volví a verlos en ese pasaje, a los dos apoyados en la baranda. Teníamos la costumbre de tomarnos unos caracoles en dicho bar de la esquina, el Tamara. Me hicieron saber que ya estaban juntos. No habíamos pedido cuando les dije que me esperaran porque iba a avisar a mi madre. Cuando regresé ya no estaban.

Cosas del incomprendido mundo onírico: al igual que en sueños con mis abuelos paternos, a menudo subía las escaleras del bloque de ese pasaje, ya con mis padres y mi hermana, y al entrar allí estaba esa mesa alargada con mis abuelos que habían vuelto del Más Allá para que la familia nos reuniéramos. No hace falta añadirle mucho más a esto, ¿verdad?

Creo que ha pasado tiempo para aprender a ser feliz; valorar que tengo a mis amigos, mi familia y nunca perder el espíritu navideño. Es más, con lo sucesivo descubrí unas nuevas Navidades y con los amigos. Entre 2008 y 2010, mi amigo Manolo nos invitaba a su casa para terminar la Nochebuena y también la Nochevieja. Pero también con ellos se ven sillas vacías. Junto con el anfitrión y su familia jugando al UNO o en la Play al Pro (saben a qué me refiero cuando digo «bichitos moviéndose en una pantalla verde»), entre Fran y Antonio, los que nos hacíamos llamar «los Dragones», estaba nuestro amigo Rafa. Precisamente, antes de ponerme a corregir estas líneas, he estado viendo las fotos y los vídeos. La que he subido a Instagram en la que aparezco rubio, me la echó él. Y esa camiseta me la regaló su hermana, María, en un amigo invisible. Por cierto, ya desgastada, pero todavía me la pongo.

Hablando al principio de mis amigos y su hijo, en la Nochevieja del año pasado, tras las uvas, nos juntamos en su casa con una amiga nuestra y jugamos a los juegos de mesa con el peque. Y a la mañana siguiente a por esos churros de Año Nuevo. Vaya casualidad que me encontré a mi amigo Manolo que estaba desayunando allí con su familia.

Hablando de pasar estas noches tranquilas; como cualquier otra del año. Nunca olvidaré la Nochebuena de 2021. Después de cenar me puse en mi ordenador y, como tenía en mente, Papá Noel me iba a traer el terminar el manuscrito de En el nombre de Arcadia. Mensajes de ultratumba. El último capítulo lo empecé por la tarde y lo terminé por la noche. Si lo leéis —los que no lo habéis hecho—, cuando lleguéis al susodicho capítulo, bueno, ya sabéis esta historieta.

Y toda esta chapa que os he dado que, por cierto, siempre os doy las gracias por leer hasta el final, se resume con la introducción y el ver lo positivo en lo negativo. Siguiendo con el ejemplo de Arcadia, en el segundo un personaje lo dice, pero con lírica «Ver luz en la oscuridad». Cuando esta noche, en Nochevieja e incluso en Reyes veáis esas sillas vacías, los que os reunáis con la familia, procurad no ver el hueco; procurad recordarlos; que los que deberían estar sentados a la mesa siempre vivan en la memoria. Tengamos lo que queramos o no, solo por el hecho de pasar las Navidades, además bajo un techo, ya debemos sentirnos muy afortunados.

Mantengo el espíritu navideño por esa nostalgia de la que ya he hablado. Pero ¿sabéis qué celebro en estas fechas? De entrada, que pueda estar escribiendo esto. Hablo mucho de fantasmas, terror y lo que da miedo. Ya os contaré todo lo que tengo en mente; sobre todo seguir con Arcadia y lo que le siga. Pero también tengo en mente el que no lo sé. No hay que ser mayor o padecer una enfermedad. Suelo escribir en el ordenador, sentado en una vieja silla de las que teníamos en el salón. Mi mayor miedo es dejar vacía esta silla y no poder terminar todo lo que quiero hacer. Os agradezco que digáis «no digas eso». Siendo sensatos, no somos inmortales. En estas fechas mi madre siempre dice: «Al menos tenemos salud y los unos a los otros». Pues eso.

Feliz Navidad, amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario