" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

martes, 5 de abril de 2011

No te rindas, continúa hasta el final de tu camino.

¿Os imagináis un equipo de futbol sin nada de afición en el campo?, ¿un albañil construyendo él solito una casa? Alguien que en su soledad tiene que concluir su obra.

¿De dónde puede sacar la fuerza esa persona para acabar lo que ha empezado? Es difícil decir que sí, pero no imposible.

Nos vemos envueltos muchas veces en mitad de nuestras propias obras que hacemos como una ofrenda a esa persona que tanto significa para nosotros. Estamos solos para construirle ese templo. Cada piedra que portamos para erigir los muros del templo pesa más que la anterior. Llega un momento en el que los músculos se fatigan y tenemos unas ganas tremendas de abandonar, de tirarlo todo por la borda. Pero siempre hay una fuerza que nos guía. Visionar nuestra obra terminada es más poderoso aún y de ahí emana esa fuerza.

La persona a la que le estas construyendo ese templo, en la mayoría de las veces ni siquiera te apoya y te sientes como su esclavo; como su cliente. Aguantar a esa persona sí que es levantar un peso muerto.

Con el tiempo, vas echando raíces y raíces que arraigan más y más hasta convertirse en una tupida red, una enredadera con espinos. Aunque en ese momento sientes que te atrapan, esas raíces serán fruto del trabajo acumulado y harán que no te dejen abandonar —estás atrapado, valga la redundancia— por nada del mundo, aun al límite de tus fuerzas.

Cuando tu obra ha quedado terminada te quedas ausente mirando el templo que levantaste con tus propias manos y recuerdas, como si una película fuera, cada momento que has pasado, cada gota de sudor que caía por tu frente, cada lágrima derramada, cada rechinar de dientes, cada sonrisa y cada expresión de tristeza. Tampoco olvidas quién estuvo a tu lado apoyándote hasta la saciedad y cómo conseguiste sacar fuerzas para llegar hasta el final.

Pero la sensación que más te impacta es quedarte inmóvil, sin saber qué sentir. No sabes si alegrarte o llorar para descargar la tensión acumulada. Es en ese momento cuando esperas el agradecimiento de esa persona especial a la cual le construiste el templo y colocaste en un altar. Aquella que a veces te ignoró y otras te trató como a un esclavo. Ahí ves que todo tu trabajo obtuvo su fruto o, por el contrario, solo sirvió para construir un inservible templo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario