" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 25 de agosto de 2024

El otro yo

 


Lo primero que nos quedamos es con Mateo, ese niño de once años brutalmente asesinado. Y por supuesto, transmitirle a su familia y amiguitos todo el apoyo posible. No queremos ni ponernos en su piel cuando ya no verán el mundo del mismo modo y, de alguna forma, aunque sus corazones sigan latiendo, la vida ya ha terminado. Ahora llegará el tratamiento psicológico —psiquiátrico incluso— y las noches en vela. Si pueden conciliar el sueño, tendrán que enfrentarse a las pesadillas. No podemos ni imaginarlo…

Sí que podremos imaginar, aunque sea un poco, lo que debió ser para los niños en ese polideportivo cuando ven a un enmascarado con dos cuchillos en mano. Todos los pequeños huyeron. El tipo iba a por uno de los que consiguieron escapar. El que no pudo fue este angelito. No era el objetivo del sujeto, pero pensaría «Este mismo».

Esta mañana (escribo la reflexión el miércoles), cuando lo comentaban en un matinal, algo hizo click en mi cabeza. «Me lo dijo mi otro yo», confesó el mismo asesino. Me acordé del caso del futbolista de Chipiona, Paco Naval. Vaya una fatal casualidad. Otra vez. Junto con tres que tenían mucho en común, hizo que comenzara estas reflexiones dominicales. Como fan de El Señor de los Anillos que soy, imaginé a Gollum/Smeagol en las famosas escenas en las que en un mismo cuerpo habitan dos identidades; cuando hablaba consigo mismo, pero a la vez con su otro yo. 

 


Sabed que Tolkien se inspiró en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louise Stevenson. Stevenson se inspiró a su vez en el ambiguo William Deacon Brodie; ebanista en el día y ladrón en la noche. Tanto que nos ha hablado la cultura acerca del fenómeno Hyde, no aprendemos. «Como el crimen está a la orden del día, qué le vamos a hacer». Pues en Islandia, que es todo paz y amor, podemos decir que el crimen es inexistente. Tampoco la dureza de Bukele en El Salvador. ¿Qué tal si recurrimos al término medio?

Siempre digo, y diré mientras esto no cambie, que el crimen radica en la mente. Mientras tanto, parece que nadie se lo cuestiona o si lo habla muy por encima no le echa cuentas. Y después están los que creen que van a discriminar y tal. Y menos vamos a esperar de los indicados que son los que promulgan las leyes y a merced de los que estamos.

Decía en esa primera reflexión que no son las armas las que matan, sino las mentes de quienes las empuñan. Hace una semana me comentaban en YouTube que no podía comparar la tenencia de armas blancas con las de fuego porque estas podían fulminar a toda una escuela de una sentada. Como siempre cuantificándolo todo. Yo lo veo desde otra perspectiva: familias rotas e inocentes a los que no les habían llegado su hora; ya sea en España, Palestina, Venezuela, Siria, Afganistán, Rusia o en Ucrania. Ya veis a qué me refiero. Volviendo al tema de las armas, a este asesino le valió un par de cuchillos que sacó del cajón de su cocina; como tenemos todo el mundo. La diferencia está en que los usamos para untar las tostadas y trocear el filete; nunca para clavárselo a alguien. Digo que siempre que un coche te puede llevar a tu destino o puede ser un arma. No olvidamos a héroes y mártires como Dámaso Guillén; el guardia civil jienense destinado en Asturias que antepuso su vida para proteger a un pelotón ciclista de niños. Y, en definitiva, el crimen nace de una mente perturbada. Porque no salimos a la calle y pensamos: «Me he echado el cuchillo de cocina en el bolso. Voy a comprar el pan y por el camino me voy a cargar a alguien. Luego tengo que coger el coche y si me apetece me estampo contra la terraza de un bar porque yo no soy humano; soy un personaje del GTA».

Y ahora llega la parte en la que se me echan encima porque discrimino a las personas que padecen un trastorno mental o enfermedad mental; que no es lo mismo. Igual que tampoco es lo mismo la neurodivergencia. Nadie en su sano juicio los discriminaría. Nótese la paradoja. Pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados. Recalco que recurro al término medio. Fue un acierto acabar con los antiguos manicomios de los electroshocks. Y también es cierto que una persona con un brote psicótico no es consciente cuando el otro yo le ordena que mate al primero que se cruce en su camino. Esto lo considera la justicia cuando en el juicio, como le ocurrirá con este asesino, le concedan la eximente. (actualizo al saber que ha entrada en prisión; que ni tampoco porque requiere atención especial. Ahí está el problema en el sistema). ¿Y luego qué? ¿Lo tratan en un centro como el de Alicante (si es que hay plazas y medios) o en la consulta de un hospital hasta que el facultativo considere que se ha recuperado? ¿Después queda en libertad y se cruza, además en ese pueblo de cinco mil habitantes, con la familia y amigos de la víctima? Y, por cierto, cordura es la petición de la familia para no arremeter ni contra el asesino ni contra su familia. Y locos son aquellos que han descargado un odio irracional —nótese otra vez la paradoja— contra el portavoz que no tenía suficiente con este dolor. Ya no hablo de aquellos que, antes de identificar al asesino, ya decían que si era inmigrante, que si jovenlandés, que si los menas, que si el cuento de la lechera. Ya no hablemos del que proponía matar a todo el que entrara en España. Por ejemplos como este no son las armas las peligrosas, sino mentes perturbadas. Más delito tiene cuando los políticos, unos y otros, les lavan el cerebro con estos relatos para conseguir sus propósitos: amasar su masa.

Permitidme que os muestre mi punto de vista. La Ley General de Sanidad 14/1986 de 25 de abril estuvo muy bien porque acabó con los manicomios de los electroshocks. Se denunciaba que todo ingreso en contra de la voluntad atentaba contra los derechos humanos. Pero he aquí un matiz: esa voluntad según en qué casos. Pero no vamos a entrar en eso y sigamos. Dicha ley imponía el sistema de atención comunitaria (las personas afectadas quedarían al cuidado de sus familiares). Aquí está el problema. ¿Los familiares están en plenitud de capacidades para custodiarlos cuando sufren un brote o atentos en todo momento para que lleven la medicación a rajatabla? En el caso de Paco Naval, este sujeto llegó a casa y su padre lo encontró limpiando el cuchillo que cogió, valga la coincidencia, del cajón de la cocina. Admitió a su padre el asesinato, como quien cuenta cómo le ha ido el día, y añadió el motivo: «Quería saber lo que se sentía al matar y al romper las fibras y los músculos de un ser humano». El propio padre lo entregó a la Guardia Civil y a su hijo le pareció genial, como al niño que le dicen «vamos a jugar al parque». En el caso de Mocejón también fue el padre el que vio aparecer a su hijo, como si nada. De hecho, después se fueron a misa. Hoy miércoles hemos conocido por las declaraciones del padre que tuvo brotes, estuvo bajo tratamiento, pero tras un tiempo prudencial sin recaídas le retiraron la medicación. Aparte acumulaba no sé cuántos antecedentes. Entrevistaron en el matinal a una de las víctimas que fue a defender a los niños a su cargo en un colegio.

Ya os digo que me dan igual las cifras. Si depuramos responsabilidades, ¿de quién es la culpa? De los asesinos no, porque no son conscientes de sus actos; y me da igual que se me echen encima como leo en comentarios deseándoles hasta la pena de muerte. ¿Por qué no se regula la tutela de estas personas en función de su discapacidad? El espectro de las enfermedades y trastornos mentales es todo un abanico y cada caso requiere un estudio y un plan de acción personalizado. Por ejemplo, en el caso de este asesino, y similares, si se detecta que pueden sufrir brotes —incluso años después del último—, que su voluntad merma hasta el punto de perder el control sobre ella, ¿por qué no se regula por ley una tutela como se hace con los menores? ¡Y se mantendría la querida asistencia comunitaria! Y por supuesto, se debería testar la capacidad de los tutores para la tutela de estas personas… y también la de los facultativos.

Luego están los referidos. De su seguimiento a los pacientes depende que se eviten tragedias como esta y tantas. ¿Hay una negligencia? Nunca generalizo. En este tema he leído la postura de muchos de estos profesionales y resulta ser la misma; parece que se ponen de acuerdo. Cuando relacionas mente perturbada con crimen ellos te responden que el índice de criminalidad en los pacientes es mínimo y que ellos sufren más ataques de los que perpetran. Seré muy ignorante porque me resulta difícil de comprender cómo un experto en la mente humana recurre a la falsa dicotomía; a la falacia; sin hablar de las deshumanizantes cifras... el cuantificar. ¡Oiga, nadie niega que los pacientes sean víctimas de ataques! Desgraciadamente también hay crónica negra. Sandra Palo. ¿Pero porque los psicópatas —para que nos entendamos— sean minoría ya no vamos a tomar medidas? Mateo, Paco Naval o Dámaso Guillén, entre tantísimos que ni salen a la luz, fueron víctimas de ese 0,001%. ¿Hasta que no muera más gente no nos lo tomaremos en serio? Y no solo existe riesgo hacia los demás, sino que ahí tenemos las autolesiones y el suicidio en casos extremos. Así que también se protegerían a ellos.

Miremos hacia Islandia. Claro que influye su población de tan solo 300.000 habitantes. Pero vaya población de medalla. Para los que les gustan las cifras, la tasa de crímenes es de 2 por cada 100.000. No os voy a contar una retahíla de virtudes en Islandia cuando podéis bucear por la red. Pero sí recalcar un detalle: en 2013 un policía abatió a un sujeto en un tiroteo. ¡Por primera vez en la historia de ese país! Lo increíble es que el jefe de policía se pronunció en una rueda de prensa para pedir disculpas y transmitir las condolencias a la familia del abatido. ¿Qué funciona en el país más seguro del mundo? Un estado de bienestar de verdad y una preocupación por mantener a raya el crimen desde la atención, por ejemplo, hacia personas drogodependientes. Ni en sueños contaríamos en España con tal sofisticación. Y todo parte de una cultura de la propia cultura. La cultura crea mentalidad. Un islandés es civilizado, sabio, y no se le ocurriría coger el cuchillo de cocina para clavárselo al primero que se cruzara en su camino. Claro que también hay islandeses que requieren atención especializada. Reciben la atención que requieran como debería ser; con el sentido común que en otros países nos falta. Además, la gente tiene un nivel muy superior de concienciación y nadie discrimina a nadie.

Os dejo más que suficientes preguntas, por desgracia sin respuesta, para que reflexionéis. Y termino como empecé: trasmitiendo todo el apoyo a esa familia, a esos amigos y a tantos como nosotros a los que, no es una noticia más que nos anestesia, sino que empatizamos, somos sensibles y sentimos propio el dolor. Si os cuesta, tanto empatizar como comprender que el sistema debe progresar, pensad que Mateo podría haber sido vuestro hijo, sobrino, nieto… Ojalá les llegáramos a los islandeses tan solo a las suelas.

Hasta pronto, amigos.

2 comentarios:

  1. ¡Qué buena reflexión! Me ha puesto los pelos de punta, pero la información que lanzas es precisa y en verdad te llena de preguntas importantes.

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    1. ¡Muchas gracias! El tuyo es el primer comentario, un año desde que comenzara a publicar estas reflexiones dominicales. Y con ellas eso procuro: dejar esas preguntas en el aire. Lo interesante es debatirlas y aprender los unos de los otros.
      Si te animas a leer otras reflexiones, espero que te gusten y sobre todo te dejen con más preguntas.
      Siempre recordaré tu comentario como el primero.

      Un saludo,
      Antonio

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