Hace unos años me encontré con una noticia que aconteció en una exposición titulada «Maculadas sin remedio», en la diputación de mi ciudad, Córdoba. Lo protagonizaba una fotografía impresa en lienzo de seda que representaba a la Inmaculada Concepción (en concreto una versión de la obra de Murillo) tocándose… Llevaba por nombre Con flores a María y lo firmaba la artista Charo Corrales. Se lio la marabunta, como era de esperar. Abogados Cristianos recurrió a los tribunales y los partidos políticos se enfrentaron; amén de la sociedad. Por si fuera poco, un día el cuadro apareció rajado. Diversos colectivos denunciaron en apelación tanto al acto vandálico como a la libertad de expresión. Eso ya era Jauja. En primera instancia, la Fiscalía falló el atentado contra los sentimientos religiosos de la Iglesia católica, y según el Convenio Europeo para los Derechos Humanos, por encima de la libertad de expresión. En 2021, dos años después, la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Córdoba archivó el caso al estimar que no atentaba contra los sentimientos religiosos.
Un servidor cuando dio con esta noticia se sintió ofendido. Y observé desde la barrera: observé la saña entre unos y otros. En el proceso medité. Tengo derecho a sentirme ofendido y los demás tienen derecho a que tampoco se sientan agredidos. Y después reflexioné hasta qué punto debe permitirse la libertad de expresión, aunque nos escueza. Admito que agacho la cabeza y trago, y hasta el día de hoy, por no ofender. Pienso que cualquiera se mete a pisar esos jardines. Aquí uno tiene su opinión, como cualquiera tiene derecho a pensar lo que considere y lo comparte en este blog con sus lectores, sus amigos y su familia.
Os digo que esta reflexión me costó años. Pensaba en la Inquisición. ¿Os lo imagináis de haber ocurrido en el siglo XVII? Yo no quiero imaginármelo. Fui tirando del hilo que me ayudó a tejer mi mentalidad. En el aspecto religioso —espero que por siempre— me acojo al principio más básico; a los valores universales que predicaba Jesús: el amor al prójimo, poner la otra mejilla, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios y, sobre todo, no juzgar porque para eso hemos de mirarnos a un espejo y vernos inmaculados. ¿Y quién es perfecto? En un mundo en el que todo se tergiversa, en donde nos complicamos cada vez más la vida, en donde guerreamos, me simplificaba y me empequeñecía. Ahora comprendo esas máximas de Mateo 19:14, 18:3: «Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos. (…) Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». ¿Quién puede hablar de bondad sin la inocencia de un niño? Y ya no hablemos de las muchas lecciones que nos enseñan los animales. Luego llegó la empatía. Me puse en el lugar de la artista; además dibujo y pinto. Me pregunté: «¿yo pintaría una acuarela en el que represento al dios Baco como si fuera un personaje de Avatar porque quiera reivindicar algo y acogiéndome a mi libertad de expresión?». La ley me ampararía y nada ni nadie me lo podría impedir. Pero mi conciencia aconsejaría: «puedo ofender a aquellos que sienten arraigo y un sentimiento por sus orígenes grecolatinos. Y por no ofenderlos me autocensuraría». Por eso os digo que no quiero ofender a nadie. Ni siquiera lo consideraría una coartación de mi libertad de expresión porque antes está la fidelidad a mis principios. Habrá que personas que miren por sí mismas o por los suyos y personas que miren por todo el mundo.
Con esta mentalidad llego al día señalado. De la ceremonia vi trocitos porque tenía mejores cosas que hacer (¡ojo!, que no lo digo de manera despectiva). Ni siquiera sabía cuál era la temática. Solo vi a un coro con el pelo chorreando por el aguacero. Cuando no estoy escribiendo o pintando estoy en las redes y en ese momento me encontré con un incendio. «¿Qué ha pasado?». Primero me quedé con los comentarios positivos respecto a Rafa Nadal como abanderado de nuestro país y las actuaciones de Lady Gaga y Celine Dion. Coincido con Iker en que faltó Jean Michel Jarre. Estas noticias me las encuentro siempre en la Nave del Misterio. Iker no dijo nada acerca de lo de la Última Cena, sino que me enteré por los comentarios de los demás milenarios. Al momento me vino a la mente aquello del cuadro. Pareciera que aquella revelación supuso una vacuna y los anticuerpos actuaron al instante. Comprendo el malestar de los demás al ponerme en su lugar; porque precisamente ya pasé por ahí. Desde que estoy más activo creando, ya sea escribiendo o pintando —como lector al valorar la libertad de expresión de los escritores—, más repudio cualquier tipo de censura al imaginar que lo hicieran con mi trabajo. Como cristiano el viernes me topé con otra prueba de fuego y la he superado. Quién soy yo, quiénes somos nosotros, para cancelar algo aunque no nos guste. Repito que podemos dar nuestra opinión, así como los demás la suya. Si podemos expresarnos, los demás también.
Os hablo a menudo de la mentalidad femenina que a lo largo de muchos años he aprendido de mis amigas. Y esto viene muy al caso. Cuando ellas se enfrentan a un conflicto su prioridad es no dar motivos que les hagan quedar como las malas. No demos motivos para que arda Troya. Seamos siempre fieles a nuestros principios.
Si algo quiero subrayar es la reflexión de Javier Sierra. Antes de leer su post esperaba que diera su opinión acerca de lo consabido, pero Javier siempre nos sorprende. Con su permiso (lo mencionaré cuando anuncie esta reflexión en redes) cito un mensaje que es para marcarlo a fuego:
Reflexiones muy personales al hilo de los JJOO: ¿No hubiera sido mejor suspender las Olimpiadas hasta lograr la paz en Ucrania en vez de dejar fuera a Rusia? ¿No está dentro del espíritu olímpico la conciliación entre los pueblos más que la sanción? ¿No se ha perdido una oportunidad de oro de presión por la paz? Javier Sierra.
Os hablaba de lo que pudiera ofender, ya no a alguien con bastante arraigo en la cultura grecolatina, sino a todo defensor de la propia cultura. Si nos remontamos a las Olimpiadas de la antigua Grecia, el sentido del deporte era unir tanto a amigos como a enemigos; el sentido de la conciliación. La guerra se paraba. Ese es el verdadero espíritu olímpico. Más que preocuparme la parodia de La Última Cena de Da Vinci, me preocupa esa bofetada al olimpismo; esa prima de los intereses mundanos sobre la espiritualidad y la humanidad que define la palabra «Olimpiadas». Derek y Jim Redmond definen el significado de «Espíritu olímpico».
Su hazaña fue reconocida por el COI como muestra del espíritu olímpico. Creeré que este ha regresado cuando se detengan las guerras y cuando la medalla de oro que se quiera ganar sea en la competición por la conciliación de la humanidad; por la paz entre naciones y las gentes. ¿No somos todos seres humanos al fin y al cabo?
Hasta pronto, amigos.
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