" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 21 de julio de 2024

Incultura: la lacra de esta sociedad

 

Daños ocasionados por vandalismo en el Castillo de Almodóvar. Foto del archivo de Castillo de Almodóvar obtenida de aquí.


De pequeño, cuando viajaba en tren a Lebrija, como si de un ritual se tratara me asomaba a la ventanilla para ver el Castillo de Almodóvar en la cima del otero. Ya desde entonces me fascinaba el grado de conservación, cuando en la mayoría de los pueblos se conservaban sus ruinas; en Lebrija, por ejemplo. Fabulaba con mil batallas que allí se librarían, veía a los arqueros apostados en las almenas y a los reyes sentados en el trono. En el viaje de regreso a Córdoba, ya al anochecer, el viaje no quedaba pleno sin volver a mirar al castillo; el palacete integrado entre las torres. Era mágico que ese telón de piedra del acantilado descubriera el pueblo de casas blancas sobre la loma con las lucecitas de las farolas. Aun hoy asisto a ese ritual; aun hoy digo para mí que esa visión de Almodóvar del Río parece un portal de belén. 

Viniendo de Posadas, el Castillo de Almodóvar desde la ventanilla del tren.


 

Aparte de mi fascinación por los castillos y la historia en sí misma, el que nos atañe lo guardo en un rincón del corazón. Con el devenir de los años siempre ha estado presente la figura del castillo. En mi ciudad, Córdoba, a menudo subo al mirador de La Asomadilla y allí aparece su silueta. Por increíble que parezca, el visitarlo todavía queda como una quimera; un sueño que espero cumplir un día próximo. Gracias a mis amigos, Ángel y Transi, y su ya no tan peque, que bien podrían ser carbulenses de adopción y de corazón, me han acercado más a mi amado castillo y pueblo de Almodóvar. Este año por segunda vez no nos perdimos el Zoco de la Encantá, esa procesión de las antorchas y el videomapping que acompaña la representación de la leyenda de la princesa Zaida y el príncipe Fath al-Mamún. Por otra parte, gracias a internet pude conocerlo más a fondo, aunque fuera a través de fotografías, vídeos y sumergiéndome en lo mucho que el Castillo de Almodóvar tiene que contar.

Refiero algo muy curioso que en su día me paralizó frente a la pantalla para terminar de creérmelo. Desde hace un año creé perfiles en redes para separar el aspecto personal de lo que suelo ofrecer en relación con el mundo de la literatura y el arte. Desde mucho antes me siguió en Twitter, lo que perdura hasta la presente, la cuenta oficial del Castillo de Almodóvar. Era mi perfil personal —no tenía otro— y me pregunté qué interés vieron para seguirme y llamar su atención. Cuando me creé el de autor también me siguieron al momento. Os podéis imaginar lo que supuso para mí. Desde entonces tengo en cuenta que el equipo humano que hay detrás, tanto de las redes como de la gestión de este monumento, están ahí. Que ellos vean lo que publico, a veces algo relacionado con Almodóvar y su castillo, lo considero como si te siguiera un famoso; además quien admiras.

Tenía un secreto guardado para un momento especial, pero creo que es el momento para mencionarlo al menos. No aprovecho la reflexión que nos ocupa para promocionar nada. Se me antoja desvelarles a nuestros amigos del Castillo de Almodóvar —tanto al equipo que lo hace posible como a los miles de admiradores— que me inspiré para crear en mi ficción el de Clachgem. Para las descripciones me empapé de fotografías y la propia historia; además de un blog de una agencia de viajes —famosa por los peluches de Los Minions— que detalla a la perfección una visita virtual y a la vez nos hace partícipes. Pero ahí no queda la cosa. No falta los análogos al rey don Pedro y su hermanastro Enrique II de Trastámara que se baten a duelo esa plaza que es La Floresta. El rey don Alfonso XI y su amante doña Leonor de Guzmán que forman el triángulo amoroso con la reina María de Portugal. Solo quería mencionarlo y ya lo detallaré en su día. Me siento pleno cuando puedo atrapar lo que tanto significa para mí; en este caso a través de la literatura y el arte. Es conocido el Castillo de Almodóvar por ser musa de inspiración: de lo más reciente la recreación de Altojardín en Juego de Tronos o mi compañero de letras y de la Familia Arcana, Juanjo Reinoso, en su trilogía Tel.uric; cuya primera edición del primer volumen presentó en el castillo. Por cierto, su libro captó mi atención por este detalle y la coincidencia al haber inspirado nuestros castillos en el protagonista.

Son esas historias, vivencias o no, las que te arraigan a un lugar. Lo personificas hasta el punto de considerarlo un ser querido. Esta es la parte que no quisiera contar, y menos de este ser querido. Cuando le hacen daño sientes muy propio ese dolor. Lo que os acabo de contar, la representación en el arte y la literatura, las vivencias, fabular con mil batallas, conocer la historia y quienes están detrás para que este castillo sea visitable y uno de los mejores conservados de España —si no el que más—, es la base de la cultura. Al respecto, mi viene a la mente y lo lamento muchísimo por la memoria de don Rafael Desmaissieres y Farina; conde de Torralva, padre de nuestro castillo, quien lo levantara a finales del S. XIX piedra a piedra y a quien le debemos esta joya hoy visitable. 

Obras de reconstrucción del Castillo de Almodóvar a principios del S. XX. (Archivo de Castillo de Almodóvar. Imagen obtenida de aquí.


 

De quienes piensen que los libros son para los ratones de biblioteca o los documentales para los empollones, ¿qué sensibilidad podemos esperar de su parte? Voy a tratar de ponerme en su lugar. Pongamos que de pequeño cuando lo veía desde la ventanilla pensaría: «un castillo, una cosa antigua. La arqueología son cuatro piedras, la historia es aburrida, que fechas, que si reyes… y la cultura es cosa de frikis». Y si encima sus tutores aprueban esa actitud que maman desde pequeños, cuando crecen ya sí que no le podemos pedir peras al olmo. Aunque no todo es pesimista y por suerte veo un fomento de la cultura cada vez mayor. Me quedo con la frase de mi editorial y la de Juanjo, Ediciones Arcanas: «Un niño que lee es un adulto que piensa». Ya que ponemos el ejemplo del castillo, es bueno que cuando paséis con vuestros hijos hagáis que se fijen y ya que tenemos información e imágenes a golpe de click que se interesen por su historia, que quieran leer más, que se sensibilicen desde pequeños.

Os decía que intentaba ponerme en la piel de esta gente, pero hay un misterio: qué se le pasa por la cabeza a Rodri para vandalizar un monumento; para ir con el botecito a la Cueva de los Órganos en Despeñaperros, cuya noticia enlazo aquí, y vandalizar unas pinturas rupestres. Me da igual que tenga mil años, diez mil o cien. Valga la fatal coincidencia el caso de la Puerta de Almodóvar cuando creyeron que esculpir unas cabecitas en los sillares era un forma de arte. Tampoco esperemos que comprendan que más que arte están causando ya no solo un daño al monumento sino a la piedra milenaria de los sillares. La Junta de Andalucía tomó las medidas oportunas ya que estas agresiones a Bienes de Interés Cultural se contemplan en el Código Penal; lo preocupante sería que quedaran impunes y que además no se parara hasta dar con los bárbaros. Pero tampoco pretendamos ver a un policía en cada esquina. La incultura se erradica desde la educación de los niños. Quizá esta generación o, más bien, buena parte de ella, esté perdida. La luz al final del túnel la veremos con las venideras. Pero mientras tanto no podemos permitir que se sucedan tamañas agresiones. La educación, también para los vándalos de ahora, debe ser lo primero, pero si a nada le temen… Mientras llega la generación futura esperamos sensibilidad por parte de quienes velan por nuestra seguridad: investigar hasta dar con ellos y que paguen por el daño que ocasionan. Me permito el lujo de aportar mi idea al respecto. Imaginemos que los capturan. En este caso al equipo que gestiona el castillo, si el daño es reparable, le supone un desembolso; aunque sea una compañía de seguros. ¿No debería el de la navajita o el espray trabajar para sufragar la reparación? O quienes respondan por ellos si son niños. Así habrían actuado los arcades en Clachgem (bueno, peor, porque le habrían aplicado el ojo por ojo en su casa). Esto es lo que me mueve a escribir: evidenciar lacras como esta y a la sazón promover y contribuir a la cultura.

¿Sabéis a qué le debo mi devoción por el Castillo de Almodóvar? De pequeño me asomaba a la ventanilla porque mi madre me decía y me transmitía esa emoción: «¡Mira el Castillo de Almodóvar!». Como decía al principio, hasta la fecha se repite ese ritual. ¡Lo más fascinante es que todo el tren mira! Son muchos los que sacamos hasta la cámara de fotos. Hablando de la educación, voy concluyendo con una muestra de ese hálito de esperanza en las nuevas generaciones. Un servidor y mis referidos amigos asistimos un año más al Zoco de la Encantá en Las Parvas —en los terrenos del castillo— con mucha ilusión; pero no tanta como su hijo. Mi amiga se encontraba indispuesta y se planteó dejarlo para el año que viene. Pero su hijo tenía tanta ilusión que se tomó un paracetamol y al final nos alegramos; tanto de verlo disfrutar como disfrutamos los mayores. Todo comienza por el interés en la cultura, ya sea en un monumento y lo que le envuelve como estos actos, en los libros o en el arte, y sigue en adultos que sabrán respetar y valorar una piedra de hace mil años y también al que tiene a su lado. Así construiremos ese mundo mejor con el que todos soñamos. 

El Zoco de la Encantá en su edición de 2024; momentos previos a la procesión de antorchas y la representación de la leyenda de la princesa Zaida y el príncipe Fath al-Mamún.


 

Termino con una coincidencia que me he encontrado hace unas horas al desayunar (esto lo escribí el miércoles). A mí que me atrae el mundo del misterio, afirmaría que el espíritu de la princesa Zaida me ha puesto delante este proverbio de Pitágoras:

 

Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.

 

Hasta pronto, amigos.

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