" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 16 de julio de 2023

Crimen y biología

 


«Las armas en sí mismas no son peligrosas, sino las mentes de quiénes las empuñan».

 

El pasado 16 de abril terminé el manuscrito/borrador del segundo libro de la trilogía «En el nombre de Arcadia». Esta frase la dice un personaje en un contexto que casa con el título de la reflexión que nos ocupa.

Tendemos a sociabilizarlo todo y por ello a menudo desatendemos el componente biológico. Nos hemos malacostumbrado a ver día sí día también la crónica negra; más bien, nos hemos malacostumbrado a normalizar el crimen. Desde que los seres humanos surgimos en un rincón de África —la llamada Cuna de la Vida— es más que notorio el progreso en todos los ámbitos, hasta el punto de abrazar la artificialidad. Pero ¿en el crimen? Aquellas tribus prehistóricas ya rivalizaban entre sí; el que mataba ganaba. La ley del más fuerte. Aún muy parecidos a los animales, nuestros ancestros se guiaban por el instinto más primario: protegían su territorio, competían por la caza y poco después llegaron las sociedades con el temido poderoso en la cúspide.

En la actualidad, vemos la criminalidad como insensibles cifras, estadística, índices de criminalidad. Y eso está bien: observarlo en visión de conjunto. Pero poco se atiende a la mente del asesino; en nuestro cerebro reptiliano, esa fuente de rabia, heredera de nuestra condición animal. En el límite entre la cordura y el instinto encontramos la respuesta. No hablamos de “instinto asesino” porque sí.

Quiero resaltar tres casos que tienen algo en común. Aunque más quiero rendir homenaje a estas víctimas, de criminales o un dogma establecido, que afirma que la criminalidad es cuestión de estadísticas y no de neuropsicología.

El primero acaeció en Jerez de la Frontera. Un individuo salió de su casa y saltó los escalones de tres en tres. Este detalle, que los medios, muy cucos ellos, no contaron y por el motivo que destacamos, es relevante. Al salir del portal, el sujeto tropezó con la correa del perro que paseaba una niña de 12 años. Fue un traspié, ni siquiera llegó a casarse. Pero algo desencadenó en la mente de este recurrente (17 antecedentes y algunos por maltrato animal). Se ensañó con el perrito. No bastaron las patadas; remató al animalito con pisotones en la cabeza y en el pescuezo. En ese momento, testigos ya avisaron a la policía. Os podéis imaginar el estado de ansiedad en el que terminó la niña. Imaginadla con el perrito en brazos de vuelta a su casa.

Declaró su madre que días después, que su pequeña aún veía sus manos manchadas de sangre. ¿Y el criminal? Se le atribuyó un delito de maltrato animal y lo dejaron en libertad menos mal que con cargos). Es curioso: escribo esto con Boby al lado. No me deja porque requiere atención y que le rasque la panza. Incluso me ladra. A los que tenemos mascotas y todos los que sienten más que afecto por los animales, nos afecta mucho más. Siento contarlo con esta crudeza, pero debe ser así para reaccionar, para dejar de normalizar el crimen.

No salimos de la provincia de Cádiz. El siguiente suceso ocurrió en Chipiona. Paco Naval era jugador del equipo local. Pasaba la noche del sábado tomando algo en un bar con sus amigos. Al salir, se le acercó un individuo, muy simpático y a la vez siniestro, ya que le dijo que tenía buen cuerpo y que era muy guapo. Lo abrazó ante la estupefacción de los presentes. El sujeto sacó un cuchillo de grandes dimensiones y le asestó una puñalada en el tórax.

Trasladaron de urgencia al herido al hospital de Jerez y después al comarcal de Sanlúcar de Barrameda. Ante la gravedad de las lesiones, lo derivaron en helicóptero al Puerta del Mar de Cádiz. Allí, este joven de 24 años que salió con sus amigos terminó sus días. Dejó mujer e hija de tres años. A su hermana…

El asesino regresó a su casa. El padre lo sorprendió limpiando el cuchillo con disolvente. Horrorizado, le exclamó «Qué había hecho». Su hijo le respondió «Quería saber lo que se sentía al cortar músculos y tendones». Los medios parece que cambiaron este detalle y lo dejaron como «Quería saber lo que se sentía al matar». ¿Veis lo importantes que son los detalles y cómo los medios juegan con esto? ¿Por qué editaron las noticias y eliminaron esa respuesta sin sentido? Lo sabemos, ¿verdad?

Su padre se llevó al hijo al cuartel de la Guardia Civil. Él, como si nada, dijo «Vale, vamos». Aunque en el interrogatorio ya se apagó esa simpatía, pues se acogió a su derecho a no declarar. El agresor fue puesto en prisión provisional sin fianza en Puerto II. Pero según declaró su padre, afligido por lo sucedido y queriendo que él fuera Paco Naval, con anterioridad su hijo protagonizó agresiones a su madre y hermana de 17 años. Ante los episodios violentos, acudió a los servicios sanitarios, pero los profesionales de la salud mental no vieron motivos para internarlo.

El siguiente y tercer caso ocurrió en Pravia (Asturias). Dámaso Guillén escoltaba a un pelotón de chavales —niños, más bien— que disfrutaban de una marcha ciclista. Poco antes, un individuo , hacha en mano, robó un coche. Se saltó un control previo a dicha marcha. Dámaso Guillén, motorista de la Guardia Civil, vio el vehículo venir hacia él a gran velocidad. No podía hacer nada. El reglamento a los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado es tajante ante el empleo del arma; ni siquiera en situaciones como la presente, en las que la vida este agente y las de los niños se ve amenazada. Dámaso Guillén escudó a las criaturas. Se posicionó entre sus protegidos y el delincuente. Divino escudo que antepuso su vida a la de los pequeños y que evitó una tragedia mayor. El coche embistió y este guardiacivil, no murió —como dicen lo medios en estos casos—, fue asesinado por un tipo con 10 antecedentes. ¡Cómo no!, se acogió a su derecho a no declarar y fue puesto en prisión provisional sin fianza.

Dámaso Guillén, de 48 años, fue despedido con honores por compañeros, familiares y amigos; como un héroe, en su natal Bailén (Jaén).

 

Seré muy sensible por el hecho de que estas noticias —de muchas y diarias— me afecten y empatice con las víctimas; con los que se van y con los que se quedan con vidas rotas, muertos en vida. Debo de ser muy malo si me decanto más por el dolor de los que pierden que por las condenas de los asesinos.

Hasta hace poco decíamos que nos podía pasar cualquier cosa, porque no vivimos protegidos en burbujas. Que podíamos cruzar la calle y atropellarnos un autobús. Ahora no es un autobús o un camión…

En Islandia la criminalidad es algo que no va con ellos. Allí la policía va desarmada. Dicen que el secreto está en el alto nivel de civilización y bienestar del pueblo. En El Salvador, el presidente Nayib Armando Bukele ha aplastado la criminalidad; ha reducido el índice a 0. Pero ya no hablemos de que, en las condenas, sean menos o más duras, está la clave. ¿De qué sirven diez, diecisiete visitas al calabozo?

Yo también acudía cada viernes a la cita con Pedro García Aguado en su programa Hermano Mayor. Hubo algún caso de recaída, incluso con final trágico. Otra se hizo famosa y acabó de tertuliana en los programas del ramo. Pero a la mayoría de aquellos descarriados, las pruebas en las que se basaba este programa surtían efecto; les cambiaba la vida. Contaban con una psicóloga: Sònia Cervantes. Ahí está la clave: ahondar en la psique del criminal o el violento y cambiar su mentalidad. Eso supondría admitir que la naturaleza del crimen es de interés, es campo de estudio ya no solo de la psicología, sino de la neuropsicología. No podemos obviar el aspecto biológico; cómo el cerebro determina nuestra conducta.

¿Por qué esto no interesa? No vamos a señalar o discriminar ni al bueno ni al malo si tenemos verdadero sentido crítico. Solo los que legislan pueden tomar cartas en el asunto, pero…

Hasta dentro de siete días, amigos.

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