" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

domingo, 23 de julio de 2023

"Rebelión en la granja": algo más que una reseña

 

Hace unos días me leí este clásico del visionario, o no tan visionario, George Orwell. Entendí por qué su ópera prima, "1984", tuvo su origen en la presente novela corta. Tanto a una como a otra le atribuyen cierta ideología, pero aquí un servidor que todo lo ve desde la transparencia de las lentes de sus gafas percibió varias, todas o ninguna.

Sus obras basan la política en sí misma; sean del color que sea. En Granja Animal, antes y después llamada Granja Manor, entiéndase el mensaje, Moses, el cuervo, les promete el cielo y la gloria si se someten a la voluntad del líder. En el caso de esta novela, los animales forjan su independencia y expulsan al granjero, al humano. Crearon su propio dominio: una tierra en aras de prosperidad, un himno al que llamaron "Bestias de Inglaterra", siete mandamientos en los que prevalece que todo ser que camine sobre dos pies es el enemigo y… que todos aceptaran la palabra del líder, Snowball, uno de los cerdos que conforman la cúpula de esta sociedad. Claro que había democracia, pero a los animales les parecía todo bien y sus votos siempre eran favorables. Después llegó la promesa y la colocación de la primera piedra de un molino, símbolo de la prosperidad. La cúpula adopta la vida del humano al que odiaron.

En esa cúpula, los dos supremos se disputan el poder. El cerdo llamado Napoleón se subleva contra su amigo Snowball, con la ayuda de su guardia y siervos, los perros. Napoleón asciende al poder. De nuevo les promete a los animales el cielo y la gloria; que el molino lo terminará gracias al trabajo de la comunidad, algo sagrado. Empieza a aparecer algo que chirría… en especial para los animales. Napoleón ejecuta a todo aquel que le contradiga; más tarde lo hace por mero placer; según él, para que nadie olvide a quién le deben lealtad y gratitud por la victoria de la rebelión. Ningún animal se queja, no por miedo, sino porque siguen amando a su líder. Entre cuchicheos, algunos se cuestionan la violación de uno de los mandamientos: «Ningún animal matará a otro animal». Molly, la yegua, puntualiza: «Ningún animal matará a otro animal "sin motivo"». Aquellos animales, faltos de memoria, creyeron que ese «sin motivo» cerraba ese mandamiento desde el principio. Los animales no debían cuestionarse nada. Su cometido era cumplir con el lema «yo trabajaré más duro» y terminar el molino que una y otra vez se derrumbaba por obra de los ataques de Snowball. Pero pasaba otra cosa, cuan misteriosa: mientras el rebaño de ovejas y las aves pasaban hambre a causa del racionamiento de la comida, la cúpula se saciaba de buenas carnes. Lo más siniestro, es que los animales no morían de hambre de manera literal. Esas carnes salían de los cadáveres. También le daban a la botella. ¿No decía otro mandamiento «Ningún animal beberá»? de nuevo la yegua Molly puntualizó: «Ningún animal beberá "alcohol en exceso"». Si la yegua lo decía en nombre de la cúpula, era cierto. Ese fue el mandamiento desde el principio.

¿Qué pasaba ahora? Napoleón establecía contacto con los humanos a los que odiaba… o repudió en un principio. Incluso el antigua granjero, el señor Jones, se dejó ver por allí en compañía de otros a cargo de granjas rivales como los señores Frederik y Pilkington. Ya no era la cúpula, el líder Napoleón descubrió o… afirmó, que Snowball planeó desde el principio la rebelión. Como la moneda con dos caras, en realidad conspiró contra sus semejantes en alianza con los humanos. La refriega estaba servida. Se libró una batalla más y el traidor le arrebató el trono a Napoleón. Claro, que para los animales nada cambió… en su situación. Seguían pasando las mismas penurias. Tan solo, Granja Animal de nuevo pasaba a llamarse Granja Manor, la felicidad ya no estaba en la frugalidad y el trabajo duro, sino en la adopción de las costumbres y comodidades de los humanos; se prohibido cantar "Bestias de Inglaterra" porque ya carecía de sentido y recordaba un pasado que sí o sí iban a olvidar. Snowball ahora regía en alianza con los humanos. La riqueza ante todo… la de los cerdos, claro. Para los animales, seguir bebiendo del estanque, espantarse las moscas y dormir sobre la paja era lo normal, porque ya no recordaban si previo a la rebelión tuvieron una vida mejor o peor. Morir de hambre era normal, porque no conocieron nada mejor ni peor.

Una noche tronaron las escopetas y el caballo Clover alertó del invasor o salvador que se encaminaba, látigo en mano. El cerdo Squealer encabezaba la comitiva de semejantes. Todos caminaban sobre sus patas traseras. Y al fin, como heroico salvador, vieron erguida la figura de Napoleón. «¡Cuatro patas sí y, mejor, dos patas!», coreaban. Entraron en la casa y Clover se quedó mirando la pared en la que antaño grabaran los siete mandamientos. Al anciano le fallaba la vista y más la memoria. Benjamín hizo el favor de leer. Ahora solo quedaba uno: «Todos los animales son iguales, "pero unos son más iguales que otros"».

Con Napoleón de nuevo en el poder, las relaciones con los humanos permanecieron; amén de las costumbres. El mismo líder vestía los pantalones bombachos y la chaqueta de cuero del viejo Jones. Lo que no cambió para los animales fue el trabajo duro. Bueno, algo sí: ahora se sometían a la voluntad de los látigos.

Una noche la comisión de granjeros, todos humanos, acudieron a la invitación de Napoleón. Celebraban la alianza entre granjas, el germen de un imperio. Era el momento de aunar fuerzas… la de las élites, claro. Cerdo y humano, líderes y enemigos de antaño, brindaron por la nueva era de relaciones. Napoleón de nuevo devolvió el nombre de Granja Animal a Granja Manor. Ahora se daban el tratamiento de caballeros. Tras el baño de masas, los animales se retiraron y cerdo y hombre volvieron a la partida de naipes. Clover apenas dio veinte pasos cuando volvió la cabeza alertado por la algarabía. Napoleón y Pilkington, los que hacía instantes se alagaban en el brindis, ahora peleaban. ¿El motivo? Ambos sacaron as de espadas. Clover, por mucho que alternara la vista entre cerdo y hombre, ya no diferenciaba quién era quién.

 

En este siglo XXI, dependiendo del país en el que vivas, podrás decir que los totalitarismos quedaron en la pasada centuria como un eco del pasado, pero todavía molesto, o que la historia que la rebelión en la granja, por desgracia, les es familiar. Aquí no hay bandos; aquí hay sometimiento al poder de una cúpula, de un líder. Claro que, en el amplísimo espectro entre la anarquía y la tiranía, encontramos tantos matices como ideologías y sus sistemas de gobierno. Cuanto más nos acercamos a los extremos, como el que se acerca al fuego, sentimos que nos quema. ¿Hay extremos mejores o peores? Napoleón y Pilkington, de enemigos pasaron a brindar por un futuro en alianza. El totalitarismo es totalitarismo, es poder, y da igual que opte por una corriente o por otra. Es el deseo de las élites por modelar al pueblo que es de arcilla; al pueblo que interesa, ignorante, no cuestionarse la palabra del líder. Si el líder afirma que el opositor es el enemigo, es el enemigo. Si el líder y el opositor brindan, el pueblo vitorea. Me llama la atención ese narcisismo propio en la política: «vamos a ganar las elecciones», «somos la alternativa a la oposición», «yo soy vuestro líder que va a sacar adelante el país y a sus ciudadanos» … pero unos ciudadanos son más iguales que otros. Su congregación vitorea y escupe al opositor, porque claro, no saben que fuera de ese circo, de las risas en cortes, congresos y parlamentos, amigo y enemigo se toman unas copas y se ríen, precisamente, de los ciudadanos. Como el brindis de Napoleón y Pilkington. ¡Oye! Y que a alguien se le ocurra cuestionar. Imaginad a los votantes sentados en sillas como niños buenos en sus respectivas aulas. A ver quién es el valiente que se levanta. Por eso a un japonés anónimo se le ocurrió magistral proverbio: «El clavo que sobresale siempre recibe un martillazo». Esa será la excepción que aflore de un pensamiento independiente. Si la gente piensa por sí misma, el político no come. Por lo general, esos niños buenos llevan gafas y lo ven todo en función del color de los cristales. Antaño fueron figuras de barro que ya modelaron. ¿No guarda similitudes con el fanatismo religioso y las sectas? ¿De dónde viene si no, la palabra «sectarismo»?

Así percibimos la política los de fuera, los de gafas con lentes transparentes. En una campaña más, nosotros vemos riñas y, con frecuencia, faltas de respeto entre políticos que debieran dar ejemplo a la ciudadanía a la que se dirigen. Los fans de Juego de Tronos no encontrarán demasiadas diferencias: tan solo cambiar el Trono de Hierro por el escaño. La competición es casi la misma. Por suerte, los políticos no se matan los unos a los otros… por suerte, en la mayoría de países. Desde la transparencia, no vemos toda la política como algo aborrecible ni que todos políticos sean detestables. Hay que reconocer matices y no caer en ese mandamiento de Granja Animal: «Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo». No hay que caer en las generalizaciones. Como en la justicia ciega, un político y sus esbirros durante un mandato, aportará beneficios al pueblo que, digamos representa, y también perjuicios, sean menos o más, que su narcisismo le impedirá reconocer. Si dimiten, lo harán con la boca pequeña y siempre quedarán como víctimas de alguna estratagema.

Y debajo de los estamentos, como si viviéramos aún en el Antiguo Régimen, pero con otro cariz, modernizado, está Juan. Este buen hombre el domingo por la mañana se pone el chándal y, aprovechando que baja al perro compra el pan. Aún le queda tiempo para lavar el coche. ¿Nos vemos reflejados? En Juan o Juana, cualquier persona de barrio que se mata a trabajar para pagar las facturas, para que los cerdos de la cúpula vivan como merecen. Si Juan se presentara a elecciones, contaría con mi voto. Juan es quien en verdad nos representa.

Empezamos hablando de animales. Entre amistades y familiares, en confianza, revelamos a quién votamos. No sabemos si lo tendrán en cuenta las encuestas, pero percibo que está proliferando la alergia a la política. Pero si no votamos, después no tenemos derecho a quejarnos. Cada vez somos más los que votamos al partido de los animales. Ya sabemos que no van a gobernar, por eso los elegimos y… porque amamos a los animales, empezando por los de esta granja.

Hasta dentro de siete días, amigos.

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