" Por qué los cabrones ríen y los honrados padecen, por qué no puedo ser libre si no hago daño a nadie". Nach Scratch

miércoles, 19 de julio de 2023

23J, la fiesta de la democracia... otra vez

 

Juan reservó un hotel en Chipiona con antelación; en febrero. Él, tan previsor, por esas fechas pidió en el trabajo la segunda quincena de julio: del viernes 21 al miércoles 26 de julio. Quería disfrutar con su familia la Oleada de Santiago y Santa Ana. El alojamiento no le salió barato, pero para una vez al año y dos semanas de vacaciones en verano, para eso ahorró. Le importaba más desconectar del día a día y disfrutar junto a su mujer e hijo.

El sábado 22 de julio ya tenía las maletas hechas. Esa noche apenas pudo pegar ojo, pensando en su maldita suerte. Le invitaron a un fiesta: la fiesta de la democracia… otra vez. En la nota de invitación decía: «presidente de mesa», otra vez. Si tuviera la misma dicha con el Sorteo de Navidad…. Pero muy a su pesar, Juan prefería renunciar y pasar la estancia en Chipiona. Ni tenía derecho a cancelación. Ya alegó renuncia la vez anterior porque uno de los requisitos para ocupar tan honorífico cargo es tener estudios superiores: bachillerato o ciclo formativo de grado superior. Él se sacó la ESO para adultos hacía ya… revisó otras excusas como la distancia entre Chipiona y Córdoba, pero por los pelos. Google Maps marcaba 245 km y el límite lo puso la JEZ en 250. A principios de junio, recién convocadas las elecciones, por un momento sintió alivio —mientras se ponía en el supuesto de que le tocara mesa electoral—, porque él reservó muchísimo antes del 30 de mayo. Pero a finales de mes ese ya no era un requisito, ni tampoco el perjuicio, ya no económico, sino personal. Ahora esto, ahora lo otro; ahora sí, ahora no. Lo de siempre.

«O vas a la fiesta o a la cárcel, tú eliges», pensó como si una vocecilla jocosa le hablara dentro de su cabeza.

Antes de las 8:00 tenía que estar en el colegio electoral. No le daría tiempo a parar por casa y descargar el equipaje; bastante temprano tenían que levantarse de por sí. Le echó tres horas de viaje, sin pararse a desayunar, ya lo tenían todo recogido de la tarde anterior, así que sonó el despertador a las cuatro de la mañana. Menos mal que en recepción había alguien de guardia para entregar las llaves de la habitación. El pobre estaba echando una cabezada, pero más lo sintió por esa familia. Se disculpó, como si fuera en nombre del hotel, por no devolverle el dinero. Le ofrecieron la posibilidad de regresar y apurar sus días, pero sería que Juan y su mujer ya no atendían a razones, que el cabreo les hizo pasar de todo.

Al salir, claro era plena noche. No es se escuchaba más que el rugido de las olas y algún grillo. Arrancaron el coche, Juan cerró de un portazo, y tiraron para Córdoba. Ninguno de los tres habló en todo el trayecto. El sol que comenzó a asomar por Utrera desveló las caras largas de Juan, María y su hijo.

Llegaron a las 7:30 a la puerta de casa. Menos mal que encontraron aparcamiento; claro, muchos estaban de vacaciones e incluso ya votaron por correo. María y el niño subieron el equipaje y Juan tiró como una flecha al colegio electoral. Fue el primero en llegar. Bueno, a los dos minutos hizo acto de presencia el segundo. Otro que renunció a su retiro vacacional. Este hombre aparcó justo enfrente de la puerta. Venía de su apartamento en Torremolinos. La funcionaria se asomaba de vez en cuando y se echaba las manos a la cabeza: eran menos cuarto y no había más que tres. Juan y el de Torremolinos charlaron para amenizar la recepción de la fiesta y, sobre todo, desahogarse.

—¡Qué cárcel, ni cárcel! —carcajeó el hombre, para asombro de Juan—. Ya es la séptima vez que me toca y aquí se rumorea que luego no te pasa nada. Si acaso una multa… si acaso —recalcó.

Dieron las 8:00 pero esperaron unos minutos de cortesía hacia los rezagados. Se acabó el tiempo. A los suplentes les tocó. Como bien sabía Juan, allí ni pasaban lista ni les requerían el teléfono de contacto a los suplentes. Estos afortunados, o no porque se iban a perder la fiesta, para casa una vez constituyeron las mesas.

Juan no hacía más que añorar esas playas de Chipiona y esos boquerones de Cádiz con una rubia fresquita que se habría tomado en torno al mediodía en Los Pacos 2. Pero bueno, la fiesta se animaba y tampoco se estaba tan mal con su aire acondicionado. Aunque no comiera en el chiringuito, pero el bocata de mortadela y la lata de Sevenup, era pasable. De vez en cuando salía a la puerta a respirar algo de aire puro, aunque, a partir de las 12:00, eso era fuego en estado gaseoso.

Aunó esfuerzos e invocó al zen para pedirle ayuda y hacer de tripas corazón. Seguir lamentándose no le iba a devolver el dinero del hotel ni las ganas de pegarse otros 245 km de vuelta para unas vacaciones ya chafadas. La semana próxima irían a la piscina de la parcela de su cuñado y ya está.

La fiesta se hizo eterna; gente votando… no tenía mayor misterio. En un momentillo, Juan votó al Partido Perolista Perolero; ese mismo, si total, tampoco quería votar en blanco y, si no lo hacía, no tenía derecho a quejarse de los políticos. Los demás tampoco se lo tomaron muy en serio o votaron por correo. Entre el mediodía y las siete de la tarde allí no fue ni el tato. Una de las vocales se entretenía jugando a la granja y la otra chateaba por al WhatsApp.

Llegaron las 20:00 y se cerraron los colegios electorales, para los votantes, claro. Él presi y las dos vocales se lo pasaron pipa ultimando el escrutinio. Desde hacía rato ya se informaron por el móvil: ningún partido consiguió mayoría absoluta. El marcador quedó muy igualado.

Al filo de la medianoche Juan llegó a su casa con los ojos como chupes. Qué cena le iba a entrar. Se puso el pijama y se acostó. Su mujer sí se quedó a ver a los políticos exhibiendo falsas sonrisas, e incluso hablando de victorias, frente a los atriles a rebosar de micrófonos, desde sus respectivas sedes. Acabó un episodio más de Juego de Escaños, aunque gracias a Dios, no la temporada.

Pasaron la semanas y se sorprendería, pero se veía venir. Por la tele echaron más debates, más riñas en el Congreso —insultos y graves faltas de respeto no faltaron— y conatos de acuerdo. Tuvieron que convocar nuevas elecciones. Oootra vez la campaña electoral. Un buen día de otoño, próximo a Halloween, llegaron las terroríficas facturas, los recibos del alquiler, de la comunidad y… la invitación a la próxima fiesta. Esta vez le tocó 2º suplente de vocal. ¿Sabéis lo que hizo Juan? Ya se lo tomaba a risa. Se fue a una administración de lotería y compró un décimo para el Sorteo de Navidad. Si le tocaba el gordo, contribuiría a su país para ayudar a pagar el multazo que les metió Europa por no formar gobierno con los primeros comicios... otra vez.  

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